El presidente Santos ha dado un paso atrás, impelido por las fuerzas universitarias en paro académico y en movilización creciente. Para usar su filosofía, empleó la inteligencia para rectificar, aunque en otra perspectiva se pueda mirar como una primera gran derrota del gobierno Santos.
Este repliegue del gobierno ojalá pudiera reducirse a una simple reversa del imprudente paso de presentar un proyecto de ley en materia sensible sin una extensa e intensa discusión con los estamentos concernidos en forma próxima y con la sociedad en general. Empero, algunos hechos sugieren que la situación envuelve repercusiones más amplias y que es improbable que la simple instalación de unas mesas de diálogo para estudiar y convenir los términos del régimen universitario colombiano produzca el definitivo apaciguamiento buscado por el gobierno.
El movimiento desplegado, con una organización y fuerza imprevistas, ya ha esbozado propósitos más allá de los límites de la estructuración del sistema universitario. Es un movimiento político con algunos objetivos de puro cuño universitario, pero también con otros propósitos que los desbordan como las exigencias en materias tributaria, militar o defensa.
Es evidente que registra nuevos agregados tanto de contenido como de impulsores. Y es presumible que este movimiento, que cobró una fuerza inesperada por el establecimiento gobernante, estimulado por este primer triunfo aumente sus demandas y fortalezca su intransigencia. Aunque ahora se reiniciaran las clases, esa vuelta a las aulas no necesariamente implicaría una quiebra de la protesta ni la desaparición del espíritu contestatario.
El hecho de haberse instaurado en el país un gobierno de unanimidad de los principales actores políticos que garantiza más de un noventa por ciento de respaldo en el Congreso y con los jefes de todos los partidos, menos los residuos del Polo, en la corona del Estado, genera un escenario encogido para la discusión abierta y libre de las propuestas y medidas oficiales. De seguro, con clarividencia lo advirtieron los universitarios, y por ello la radical posición de exigir el retiro del proyecto de ley; toda discusión sería inútil en un Congreso con restringida autonomía para deliberar y con muy pocas voces dispuestas a disgustar al Presidente o a romper la aclamación unánime con que sus iniciativas importantes son acogidas por los partidos políticos de la Unión Nacional.
Esta coyuntura de estrechez del universo del discurso y de improbabilidad de hacer cambiar en el Congreso las propuestas gubernamentales obran en favor de los movimientos de protesta, pacíficos o tumultuarios, porque la sociedad civil se descubre privada de sus cauces normales para registrar sus inconformidades, cuales deberían ser los partidos políticos, pues éstos se convirtieron en establecimiento gobernante. Esto es, los contestatarios se quedaron sin voceros políticos institucionales y, por eso, ellos mismos deben alzar la voz, plantear sus exigencias y tomar decisiones.
Y, como es apenas lógico, los inconformes de toda índole encontrarán en la protesta estudiantil o sindical el medio para expresarse. De allí que no sea extraño que hasta agentes políticos radicales se incrusten en estos movimientos para mostrar hostilidad estridente al régimen, así como muchos ciudadanos pacíficos los miran con simpatía por el simple prurito de que el gobierno no las gane todas.
* Abogado – Docente de la Universidad del Sinú – Cartagena
h.hernandez@hernandezypereira.com
Columna
La primera gran derrota
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