A pesar del respaldo que recibió la coalición que se opuso a que Venezuela continuara regida por Chávez, este la derrotó. Nadie alegó la comisión de un fraude. Capriles reconoció que la tecnología que se usó durante los comicios aseguró la transparencia del resultado. o obstante habrá quienes insistan en que la deslegitimación del régimen proviene de antes. La falta de independencia de los poderes y los órganos de control, facilita el despilfarro y la comisión de abusos que merman las finanzas del Estado, afectan la institucionalidad, limitan la iniciativa de empresarios y coartan opiniones de los opositores.
Pero no sólo Chávez permanecerá dirigiendo a su país, sino que sus aliados del extranjero no perderán la contribución o retribución que se materializa en barriles de petróleo, cuyo precio de canje está por debajo de la cotización del mercado.
Esta generosidad, como la concentración de poder en una sola persona, provoca rechazo entre quienes se coaligaron para propiciar los cambios que, en su parecer, permitirían corregir el rumbo de la economía y devolverle la identidad a la democracia.
El catálogo de tareas arrancaría con detener el derroche de las utilidades que deja la explotación del petróleo, incentivar la instalación empresas y comercios sin restricciones, independizar las ramas del poder y contar con una diversidad de opiniones en la prensa.
Eso seguirá siendo quimera. La pobrería todavía no entendió de democracia. O mejor, prefirió la estabilidad que ofrece el caudillo a cambio de dadivas, a la incertidumbre que vislumbran en la transformación que prometieron quienes son identificados como representantes de la élite que, con egoísmo, antes se lucró de lo que era para todos. Era la época en que recibían menos. Aún lo recuerdan y se resisten regresar a atrás. Chávez, que lo sabe, con habilidad difundió que el pueblo perderá su bienestar en el momento en que a él lo releven. Y sus adeptos le creen. Están conformes y agradecidos con lo que reciben.
La victoria, sin embargo, en esta oportunidad no le permitió a Chávez alardear. La oposición se acercó. El descontento aumentará y la división del país se acentuará. Un ambiente que le impedirá gobernar con tranquilidad, salvo que aplaste a sus contradictores, una empresa que emprenderá con sutiliza para quitarse de encima el estigma de instigar para prolongar la discordia y atropellar a quienes no lo acompañan.
Por eso invitó al entendimiento, aunque persistirá en su tentativa de arrasar el viejo orden y no involucrará a sus contradictores en la toma de decisiones. Es una estratagema para atenuarles el ímpetu e inocularle resignación.
Pero se comparta o se disienta de Chávez, nadie podrá ocultar que gobernar en Venezuela requiere del apoyo de la pobrería. Capriles lo entendió, tanto que prometió mejorar los programas que Chávez desarrolla arguyendo que redistribuye la riqueza del país entre los que carecen de fortuna. Tampoco que el coronel distancia el país de la modernidad y lo lleva a la inviabilidad financiera. Son motivos que preocupan a sus contradictores, cuyo entusiasmo no debería decaer, en espera de establecer qué tanto aguanta el mandatario y el grado de agrietamiento de su partido.
De eso depende ahora la oportunidad de Venezuela para salir del atolladero.
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