Columna


No he adherido a ningún candidato a la Alcaldía de Cartagena, no tengo compromisos de ninguna índole ni nexo familiar ni político con los aspirantes, y no espero favores de ningún ganador.
Las leyes permiten que cualquiera aspire a gobernar departamentos y ciudades con sólo satisfacer un mínimo de requisitos. Quien los llena tiene aspiración legítima, sin importar que sea preparado, que sea atípico sexual o que no tenga las bendiciones de las élites. Al pueblo toca escoger y democracia es aceptar ese juicio popular, sin perjuicio de que cualquier persona opine sobre la idoneidad de los candidatos y haga sus particulares valoraciones.
En el caso de la alcaldía de Cartagena, lo en verdad condenable es que nuestra clase dirigente, con pocas excepciones, haya desperdiciado el tiempo en devaneos cortesanos, en lugar de haber cultivado ideas que calaran en el alma del pueblo para inculcarle sus valores para seleccionar alcalde y concejales y haber estimulado la aspiración de quienes juzgan como excelentes candidatos.
La democracia hay que aceptarla como es. Y en ella las grandes masas, sin los conocimientos de los intelectuales, votan conforme a su propia tabla de valores y de percepciones. ¿Cómo venderles la idea de que el futuro feliz es la continuidad de los procederes y políticas de la actual administración, cuando esas masas rumian desencanto y frustración?
Lo que esas masas no entienden es que se les presente como paradigma un estado de cosas desolador. Con impenitente reite-ración, se quiere que las masas no vean el estado de desaseo y desgreño de la ciudad, no perciban los nauseabundos olores de la  contratación, no perciban que la prioridad la tienen aspectos secundarios y de despilfarro, que sus calles siguen en mal estado, en fin que tenemos una ciudad cada vez más destartalada en lo físico y más desvencijada en lo ético. ¿Acaso los ciudadanos ignorantes no padecen la mala calidad de las obras que se pagan a precio exorbitante? ¿No viven acaso la humillación diaria de tener que buscar un patrocinio político para poder ser escuchados u obtener el reconocimiento de sus derechos?
Las gentes están movidas por sus frustraciones, no por análisis racionales comparativos. Dígase lo que se quiera, el hecho es que desde hace años nuestros alcaldes doctores, cultivados académicamente, llenos de pergaminos que acreditan estudios en escuelas de gobierno y de administración pública, han fallado de manera lamentable. Por eso las masas prueban lo que miran como nuevo y esperanzador. Y claro, los logreros se precipitan a colocarse bien ante quien miran como ganador.
Es injusto, por otra parte, pensar que todos los adherentes a la candidatura de Campo Elías son ignorantes o personas que venden su conciencia. Muchas personas instruidas y deliberantes me han declarado que su preferencia por Campo está fundada en que los políticos curtidos que aspiran no les merecen crédito, por sus anteriores desempeños como concejales, alcalde y gobernador.
No nos engañemos: Campo Elías es el fruto de la mala dirigencia. Su gran elector es el descontento generado por sucesivos malos gobiernos. Un pueblo fatigado de incumplimientos, coloca su apuesta en quien considera distinto, aunque corra el riesgo de equivocarse.

*Abogado – Docente de la Universidad del Sinú – Cartagena

h.hernandez@hernandezypereira.com

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