Columna


La semana que ya pasó

ALBERTO ABELLO VIVES

30 de abril de 2011 12:00 AM

ALBERTO ABELLO VIVES

30 de abril de 2011 12:00 AM

Terminó una nueva semana dulce. Por toda la región Caribe los dulces elaborados en casa por manos expertas se convierten en expresión de afecto y motivo de conversación. Las vecinas en Montería compiten por el mejor Mongo-Mongo, ese dulce de plátano maduro, piña, papaya verde, mango, guayaba, mamey, clavo y pimienta, que se cocina lentamente como se ha cocinado lentamente la cuenca del Caribe; al que se le van agregando poco a poco las frutas, como fueron llegando al Caribe las distintas culturas y que sabe a todo, como el resultante de cinco siglos en el Caribe; pero con el que también puede paladear el sabor particular de cada fruta, como ocurre en el Caribe cuando en él se encuentran trozos de América antigua, África forzada, Europa diversa y Asia tardía. El Caribe no es el resultado informe de un “melting pot”; es mucho más cercano al Mongo-Mongo.
En Santa Marta la pasta de mango manzanita vuelve a la memoria y se busca con afán a la portadora de la memoria; en Cartagena un festival del dulce se realiza anualmente por estas fechas. Por Sahagún pintan de rosado al de ñame. Y por todas partes se alistan sobre las mesas las distintas cocadas y ajonjolíes, cabellitos de ángel y dulces de leche. Terminó la semana de los dulces con sus pocos días de invasión turística a todo lo que parezca costa y mar, sin importar si la estadía resultase o no dulce.
Reservas naturales en deterioro, playas manchadas de carbón, edificios sobre la arena, escolleras marinas para hacer rentar el mar, ruido, trancones, caos. Ciudades discontinuas, sin urbanismo, con sobresaltos de modernidad en medio de la mugre y sin capacidad para albergar a los que llegan. Vallas publicitarias ofreciendo la oportunidad para perpetuar el Caribe o para aislarse de los pobres. Gigantescas torres pulcras en medio de aguas negras y arenas no tan blancas.
Colombia tiene un litoral Caribe de mil seiscientos kilómetros donde pareciera que los desastres naturales, que hacen llorar al mundo, no fueran cosa de estos parajes y estuviesen tan lejos que nunca llegarían por estos predios. Cuando se observa la fragilidad en la que se encuentra la línea costera, queda un sabor amargo. Y se piensa en el turismo, ese dulce contra la vida áspera que trae la platica para embolsillar, llamado a ser una actividad económica de integración regional por el prodigio de la diversidad ambiental y cultural.
Si se pudiese preparar el turismo como el Mongo-Mongo, a fuego lento, sin afanes, juntando lo mejor de cada lado, conservando los recursos, con el aporte de muchos, podría de pronto asegurarse un resultado más dulce y el Caribe de Colombia podría tener mejores condiciones a las que hoy ofrece con ese fuego arrebatado por vender la mejor vista, así con ello los demás no disfruten del paisaje de una bahía o de las corrientes de aire.
Mejores ciudades para sus habitantes y con capacidad para recibir la carga de los visitantes. Más cultura y naturaleza. Un territorio al que no se le rompa la armonía, una región que comparta sus riquezas, un camino que lleve a no ser iguales al resto del mundo. Que como el Mongo-Mongo no sea una simple amalgama, sino el más complejo y plural de los cocidos. ¿Será posible soñar con ello?

*Profesor universitario

albertoabellovives@gmail.com
 

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