Columna


La vida continúa

RODOLFO SEGOVIA

06 de marzo de 2012 12:00 AM

RODOLFO SEGOVIA

06 de marzo de 2012 12:00 AM

La vida continúa y el capitalismo también. El PBI norteamericano creció el 3% en el pasado trimestre, para un resultado anual del 1,7%, claramente en terreno positivo. El Dow Jones fluctúa alrededor de los 13.000 puntos, aproximándose a la cifra pre crisis del 2007. Su recuperación seguirá siendo lenta por el modesto crecimiento del empleo gringo, que depende de un mejor desempeño del segmento construcción. Queda mucho inventario inmobiliario sin vender, aunque con modestas señales de reacción. A pesar de intereses hipotecarios por el suelo, el inversionista duda. Pasará algún tiempo antes de que se diluya el recuerdo de los fraudulentos atadijos de hipotecas sin soporte, invento de cowboys financieros que envenenaron los mercados.
El capitalismo trajo el bienestar a tantos pobres en el último medio siglo, que llegó a pensarse invulnerable a la malignidad inherente a su entraña. Tanto más cuanto que los sistemas alternativos no habían hecho otra cosa que generar pobreza acumulativa donde se han ensayado y siguen tercamente ensayándose. Un error, y fuente de justificables protestas, eso de relajar el control colectivo para que lo malo no empañe lo bueno. 
El Santo Grial de la ortodoxia económica es el concepto de equilibrio, pero no uno cualquiera sino aquel en el que los factores de producción se utilicen al máximo y la demanda se trague todo lo que muelan. La ortodoxia se dice experta en afinar las variables que llevan a ese beatífico equilibrio. Lo escrito por la profesión ocupa más anaqueles que las obras de Lope de Vega, a quien llamaron el Monstruo de la Naturaleza entre otras cosas por lo prolífico. Don Sancho Jimeno, el campeón contra los atacantes de Cartagenera en 1697, era devoto del Fénix de los Ingenios, y afortunado porque en su tiempo los volúmenes de teoría económica no competían con los versos de Lope.
Últimamente los economistas del equilibrio, o por lo menos los del equilibrio en la libertad, están siendo vilipendiados en medio de gran algazara, amplificada por lo que se espetan los académicos unos a otros. No es para menos, el tal equilibrio óptimo de los factores se descacha cuando millones quedan desempleados y los que pulen las variables, por más que hayan quizá evitado males mayores, ignoran cómo regresar rápidamente a un modelo armónico. 
Se equivocan, sin embargo, quienes dan por difunta la máquina misma. Esos coros vienen escuchándose desde la revolución industrial, algunos con lacerantes consecuencias para las víctimas de vías alternas puestas en práctica. Los desajustes se perciben como síntomas del fin del capitalismo. Los del orfeón no distinguen las células cancerosas -artimañas las hay y son extirpables- de la vitalidad del resto del tejido.
Sin perjuicio de desearle a la ciencia económica un último Premio Nobel cuando ya nada tenga que añadirle al perfeccionamiento del equilibrio, a los irreductibles habría que invitarlos a echar una ojeada hacia el pasado para regocijarse con los millones que han accedido al bienestar antes de cada bache como el reciente. En particular, esa  mirada retroactiva sería fecunda entre quienes siembran muerte para imponer sus utopías y en 50 años de desmanes le han retrasado el escape de la pobreza a millones de colombianos.

rsegovia@axesat.com

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