Columna


La vida me puso en pausa

GERMÁN DANILO HERNÁNDEZ

07 de diciembre de 2010 12:00 AM

GERMÁN DANILO HERNÁNDEZ

07 de diciembre de 2010 12:00 AM

Pretendiendo disimular durante dos días los espasmódicos dolores abdominales, cumplía con la cotidiana variedad de compromisos laborales, académicos y familiares. “No se puede bajar el ritmo por pendejadas”, me repetía mentalmente.
Pero la rutina de ese 24 de noviembre cambiaría de curso, por la empecinada decisión de mi esposa de pedir una visita médica domiciliaria, con la cual mi vida dio un vuelco inesperado. Tras una rápida valoración, pasé a ver caer la lluvia a través de las ventanas de una ambulancia, en un largo recorrido de incertidumbre.
Hombres y mujeres de blanco me atendieron con prontitud y esmero. Tendido en una camilla y viendo por primera vez el interior de mi panza a través de una gran pantalla plana, recibí sin rodeos la confirmación del diagnostico: “Es una apendicitis complicada, está perforada”. Más tarde habría de saber que eso se traducía en una “peritonitis focalizada”. El solo nombre aterroriza.
El dolor cedió paso a una avalancha silenciosa de pensamientos, recuerdos y miedos. Sentí enfrentar a un gran toro bravo en mitad de la arena, sin experiencia de torero y sin capote.
Ingresé al quirófano con resignada tranquilidad, pero con un torbellino de angustias y esperanzas que me mostraba uno a uno a los miembros de mi familia, con muchas preguntas sin respuestas. Seguía lloviendo.
Con los efectos de la anestesia, la luz de la lámpara central me absorbía lentamente; me aferré al deseo de volver a verla, como señal distintiva de retorno.
El equipo de profesionales, liderado por el joven cirujano Jorge Castilla, creyente en Dios y en sus capacidades se entregó de lleno a lo suyo durante poco más de dos horas. No hubo túneles, voces, ni colores, pero antes de la media noche, la luz del quirófano volvió a resplandecer; más tarde, los rostros de algunos de los míos, esta vez de cuerpo presente, confirmaron que aún hacía parte de este mundo. Volví a escuchar la lluvia.
Con frecuencia, como le ocurre a muchos de los que hoy leen esta columna, las horas del día eran insuficientes para atender responsabilidades de todo tipo. El “acelere” era la constante, había que exprimir el tiempo al máximo en función de hacer y complacer; dando prioridad a lo importante sobre lo esencial.
Hoy, con una especie de cremallera vertical de 10 centímetros debajo del ombligo, estoy en una pausa reflexiva impuesta por la vida; con limitada movilidad temporal, y varios kilos menos, porque la glotonería que me acompañaba desde la infancia quedó reducida por largos días a dosificadas y únicas raciones de Alitraq, un costoso nutriente con sabor a café con leche materna y canela.
Pronto estaré de vuelta a mis actividades profesionales con una nueva historia por contar, con nuevas prioridades definidas y con la mejor de las lecciones aprendida: la vida hay que cuidarla y saber vivirla, no es una pendejada.
Me siento frente a una nueva y aleccionante oportunidad existencial, que agradezco al altísimo y a quienes intercedieron para que ello fuera posible: a AMI, a la Clinica Madre Bernarda, su cuerpo de médicos y paramédicos, a la EPS Sanitas, a mi familia y al numeroso grupo de colegas y amigos que me rodearon con mensajes de aliento y buenas energías.

*Trabajador Social y Periodista, docente universitario, asesor en comunicaciones.

germandanilo@hotmail.com

 

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