Columna


La Virgen morena

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

03 de febrero de 2011 12:00 AM

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

03 de febrero de 2011 12:00 AM

La Virgen de la Candelaria fue una de las herencias españolas adoptadas por Cartagena desde la Colonia. Virgen Morena, como también se le conoce, es considerada Patrona de la ciudad y se honra cada año con las Fiestas de La Popa, una de las celebraciones locales más importantes, que guardó relación con el inicio de los carnavales en la ciudad, la fiesta de esclavos que posteriormente sería el origen del Carnaval de Barranquilla.
Esta festividad constituye una expresión popular que reafirma la tradición oral, lo folclórico y lo religioso. Como muchas celebraciones y como nuestra propia historia, goza de una estética extraordinaria, en la que uno no alcanza a entender qué relación guardan los burros, las arepas de huevo y la Virgen. Las indagaciones son complejas en una cultura tan enriquecida por las múltiples influencias.
Hace un par de años, sumada a los caballos que merodean el sector, había una llama. Sí, una llama, el animal lleno de pelos con el que identificamos a Perú. Desde lo más recóndito de los Andes venía la pobre llama a sumarse a la fiesta.
La Noche de Candelas, el espectacular Festival de Fritos, y la procesión, tienen un valor exquisito, que sumado al rescate de los pregones, concluyen una agenda cultural maravillosa.
Sin embargo, me confieso –y aquí algunos dirán “blasfemia”–, detesto las Fiestas de la Popa. Con mi alma. Las detesto. Apenas veo el primer burro por la avenida del Lago, como acercándose a la iglesia, me empieza el escozor. En las noches, los pitos de los carros se mezclan con las risas de niños a caballo, sin la más mínima medida de seguridad.
Pero lo caótico ocurre el día de la cabalgata. Actividad a la que le atribuyo la razón de mi dificultad para relacionarme bien con la Virgen Morena. Es un espectáculo bonito, los caballos no son famélicos, pero son el anuncio del desastre que se avecina.
Al finalizarla, una maraña de gente ebria se instala en una calle cerca al DAS. Ya sin caballos, pero con potentes equipos de sonidos en sus carros, una horda salvaje se contonea infartando la movilidad vehicular. Avanzada la noche, y con mayor nivel de alcohol en el torrente sanguíneo, empiezan las riñas, algunos años resueltas a cuchillo y a plomo.
El temor por otra balacera enrarece el ambiente. Los vecinos, que días atrás disfrutaron de los fritos y la procesión, empiezan a llamar a la Policía. Hace dos años, un agente me contestó el teléfono, después de mis insistentes llamadas, y me dijo: “No podemos hacer nada, son muchas personas fuera de control y bajo efectos del alcohol, nos da miedo que se empeore la situación”
Tenían razón en ser prudentes, había algunos hombres armados con pistolas y botellas de licor. Valoré su sinceridad, me resigné a mi suerte, y seguí fantaseando con lanzarle a la multitud huevos podridos desde la azotea del edificio, en un último acto de resistencia. Este año, con una vela encendida, me reconciliaré con la virgencita y le pediré que nos proteja del desastre.

*Psicóloga

claudiaayola@hotmail.com

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