Columna


La voz de la champeta

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

06 de julio de 2011 12:00 AM

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

06 de julio de 2011 12:00 AM

Nunca se va a enterar que los versos de amor con que la enamoraba eran pedacitos de champeta. Cuando me iba a otra ciudad y tuve que pedirle un beso desprendí una frase de la Monita retrechera, colgándole esto a su oído: “déjame un recuerdo por si sobrevivo”; de las veces que la sentí muy lejos en otros barrios, en otros pueblos cuando viajaba y las posdatas de mis cartas terminaban con las mismas palabras del Afinaito: “que puedo quitar la tristeza de su alma sólo con ir a buscarla”.
Desde que un simple término despectivo como “champetudo” surgió en la clase económicamente acomodada para señalar a las negritudes pobres de los barrios más alejados de Cartagena comenzó a desarrollarse toda una cultura cuyas aristas de expresión estaban influenciadas por la salsa de ese entonces, el compás haitiano, el soukous africano, el reggae y los bailes de las poblaciones de San Basilio de Palenque. Bastaba ver años después la adaptación que hizo el Mr. Black de Cipriano Armenteros, compuesta por Rubén Blades, o a Elio Boom con su gorra jamaiquina repitiendo “wolauka wolauka” para darnos cuenta de la tremenda mescolanza musical que había dado argumento a la champeta, de las cuerdas en los estratos más bajos que empezaban a sonar sus acordes de protesta y vida, de los dedos índices del corazón señalando con un ritmo la estrella negra del Palenque, el jolgorio de esas personas que cantan y cuentan chistes en las terrazas de sus casas cuando les cortan la luz por las noches.
Así, a través de los picós se describía la vida cotidiana de las comunidades populares, como cuando una mujer le dijo a su esposo que quería ir a comer a la calle y este le respondió que abriera la puerta y sacara la mesa, «vamos a comer a la calle». Entonces, en un cambio repentino llegaba el despeluque, con una consonancia de tambores y platillos, como si luego de tanta costumbre, tanta violencia, tanta hambre y pobreza únicamente quedara una ráfaga de felicidad, estancada y demorada por las preocupaciones de la miseria.  
¿Qué le está pasando a la champeta? Que cada vez menos gente se siente orgullosa de cantarla y la ciudad se está vendiendo al extranjero, esta cultura, la que por lo menos es nuestra, la estamos acabando nosotros mismos con culturas de otros lugares. A la champeta quiero encontrármela por azar en el radio viejo del vecino mientras hace los oficios de la sala, ya es difícil poner las emisoras de nadie, y las apariencias nos dejarán sin escuchar la percusión de las guitarras, el rugido de jaguares en las placas, los pianos de selva cuyas teclas remolcaban consigo todos los sonidos de áfrica y los timbales de un remoto lugar en el tiempo. Mientras sigamos pensando que este género nos está volviendo más vulgares la champeta quedará relegada al campo de los recuerdos y los picós seguirán siendo lo que no eran.
La nostalgia me lleva a la ventana, cuando miraba a un niño tirarse bolsitas con agua mientras bailaba champeta.

*Estudiante de Derecho de la Universidad de Cartagena

orolaco@hotmail.com

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