Columna


Laberinto de muerte

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

10 de junio de 2012 12:00 AM

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

10 de junio de 2012 12:00 AM

Uno de esos comentaristas zahoríes y mamadores de gallo resumió el despiporre de la salud en un párrafo para perplejos: “Es un embrollo en el que Fosyga le paga a la EPS que le paga al IPS lo que le debe a la ERS del sistema POS por los recobros del SISBÉN que controla la medicina prepagada ante el Seguro Social”.
La abundancia enloquece y más en un país con medalla de oro en la pesca milagrosa de billetes mal colocados. Si la salud brincó de pobre a rica con la Ley 100, no se necesitaba ser brujo para presentir que la corrupción se le vendría encima con dientes y uñas, desde la cúspide del edificio hasta el pretil de la entrada. Sólo así podemos entender por qué una ley buena en teoría engendró un caos tan gigantesco en el día a día de empresas, pacientes, médicos, hospitales, clínicas y un Estado fallo de autoridad.
¿Cómo se entiende que a una ley buena en teoría se le hayan hecho tantas reformas inútiles? ¿Cuál es la razón para que se hubieran cerrado tantos hospitales y siguieran muriendo tantos enfermos por falta de atención o mala asistencia? ¿Qué hizo durante casi ocho años el doctor Diego Palacios, aparte de convencer a Yidis Medina de que votara la reelección del jefe que un día dijo de él que era más sensato hablarle a una pared?
35 billones de pesos al año –presupuesto actual de ese laberinto de muerte que es la salud– la tienen peor que cuando sus viejos servidores, antes de postrarse, hacían de tripas corazón. Fue por eso por lo que miles de médicos se quejaron de que un derecho fundamental del pueblo dependiera de un criterio especulativo impuesto por el racimo de intermediarios que lo cooptó para asfixiarlo.
¿Cuánto hace que el Fosyga les retiene a las EPS una suma que fluctúa entre los tres y los cinco billones de pesos? Mal que bien, con estos billoncitos las EPS les pagarían a los hospitales, pues en esa plata irregularmente congelada basan ellas (las intervenidas, las quebradas y las supérstites) su defensa y justifican sus pérdidas. Los gobiernos no han explicado nunca el motivo por el cual dicho fondo les escurre el bulto a los tubos conductores de la financiación del sector.
Al sistema de salud hay que darle una vuelta completa. Terminada la vuelta y recargadas las pilas, la política que se adopte tendrá que orientar la prestación de los servicios a salvar vidas y no a troncharlas, como viene sucediendo a ciencia y paciencia de quienes no encuentran otro remedio que enterrar a sus difuntos con rabia y dolor. Todavía no se abre la caja de sorpresas que traía bajo el brazo la nueva ministra, a juzgar por lo que dijo el presidente al momento de posesionarla. Pero optimistas hay, en este valle de lágrimas, que no descartan un vuelco milagroso.
El otro ángulo dañado del laberinto es el de los precios de las medicinas. No ha habido presidente ni ministro que piensen en las necesidades de la mayoría de nuestra población al comparar lo que cuestan los medicamentos aquí y en el resto de América Latina. Sostenido y cuantiosísimo ha sido el trato de penumbra que enzarzó a los altos ejecutivos de los laboratorios con los cuellos blancos y almidonados de la nueva élite.
Cuando la trapacería no sale a la superficie, los muertos no duelen.

* Columnista

carvibus@yahoo.es


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