Columna


Lágrimas y derechos humanos

SARA MARCELA BOZZI ANDERSON

31 de julio de 2012 12:00 AM

SARA MARCELA BOZZI ANDERSON

31 de julio de 2012 12:00 AM

El país entero se impactó cuando el sargento García fue arrastrado por una muchedumbre que no quería la presencia militar en su territorio, en el departamento del Cauca. En efecto, el sargento, ataviado con su uniforme militar, su casco y su fusil, atendió los principios del Derecho Internacional Humanitario, que sabe diferenciar entre la resistencia civil y el terrorismo de estado.
Pero fue conmovedor ver al ser humano escondido detrás de un uniforme verde que denota autoridad. Lo que conmueve precisamente, es que los jóvenes, que nunca tuvieron derecho de ser “rebeldes”, tienen que estar del lado del “statu quo”, cuando, tal vez, su corazón les diga que es posible que una comunidad se movilice por recuperar su dignidad, a partir de la recuperación de un territorio.
Esta contradicción, ya fue magistralmente trabajada por Álvaro Cepeda Samudio en el primer capítulo de la novela, “La casa grande”, donde se da un diálogo transparente entre dos soldados que se debaten entre la obediencia ciega a su coronel, o la solidaridad con la huelga de las bananeras, en Ciénaga, Magdalena.
Confieso que me conmovieron las palabras del General Sergio Mantilla cuando dice en “El Espectador” del domingo que interpreta las lágrimas de su sargento García, como “las lágrimas de un hombre que sabía que sus deberes estaban por encima de sus sentimientos. Esas lágrimas también son las mías, las de su comandante, las de todos los soldados del Ejército ante la actitud de la gente que vamos a proteger y nos ataca. (…;) Que esa población por la que podemos entregar hasta la vida reaccione de esa forma es muy doloroso. Pero lo que pasó habla bien del entrenamiento del sargento García y de los otros soldados”.
Sin embargo, la guerra fratricida del Cauca, también nos ha mostrado la otra cara de la moneda: un militar, aduciendo que cometió una equivocación, mató por la espalda a un joven indígena. Supuestamente, el soldado habló con su comandante y “reconoció que se asustó y disparó”. Hechos como éstos son de especial gravedad, porque nunca puede compararse la fuerza de un ejército regular, con la indignación del pueblo indígena, con el cual el país tiene una deuda histórica.
Al respecto el general Sergio Mantilla comentó: “No somos perfectos y es de humanos errar. El punto importante es que cuando nos equivocamos, lo reconocemos. Ahora, sabemos que no es conveniente que sucedan las equivocaciones y hacemos un gran esfuerzo durante los entrenamientos para que ese tipo de circunstancias no se presenten.”
Estas breves líneas son un llamamiento para que los jóvenes no sean los grandes sacrificados en la guerra. En uno y otro bando, ellos son utilizados como “carne de cañón” para hacer el gasto en el campo de batalla, donde todo se complica por la presencia simultánea del ejército, las FARC, el narcotráfico y la delincuencia común. A veces se nos olvida, que un uniformado es un sofisma que trata de vestir el hambre con un disfraz de autoridad. Unos y otros son seres humanos que carecieron de oportunidades y no pueden divisar el conflicto cómodamente por la televisión.
En cuanto al cubrimiento que le dieron los medios de comunicación a la guerra, cabe señalar que fue sensacionalista y lleno de cizaña. Especialmente triste fue el papel de periodistas de la tele, quienes culpabilizaron a la población civil de Corinto y de Caloto de las consecuencias de un conflicto milenario que requiere de unas fuerzas de paz capaces de manejar la situación dentro del diálogo y los Derechos Humanos.

*Directora Unicarta

saramarcelabozzi@hotmail.com

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