Columna


Las dictaduras camufladas

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

06 de marzo de 2011 12:00 AM

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

06 de marzo de 2011 12:00 AM

En estos días, los levantamientos populares en varios países árabes han tenido como resultado que se estén derrumbando las dictaduras que, disfrazadas de “democracias”,  regían los destinos de estas naciones.
Las dictaduras antiguas, fruto de golpes de Estado que copiaban el libreto del 18 Brumario (9 de noviembre de 1799) ,que ejecutó Napoleón, mediante el cual el ejército se toma el poder, no tenían mascaras y gobernaban sin Congreso, sin prensa libre y sin partidos de oposición.
En 1930, Curzio Malaparte publicó la obra “Técnica de un Golpe de Estado”, en la cual introdujo una variante para tomarse el poder, que no era mediante el uso del ejército, sino que predicaba la utilización de grupos pequeños que bloquearan los servicios telefónicos, las vías, etc. y combinar esto con grandes manifestaciones populares para colapsar al gobierno.
Por último, de 1960 para acá, la técnica de tumbar gobiernos se enriqueció con la tesis de que en vista de que existe una diferencia entre Sociedad Civil y Estado, y que en la primera reside el poder y la legitimidad y que el Estado es sólo una parte de este binomio, es necesario ganarse la sociedad civil para que una toma del poder tenga éxito. Es decir el movimiento autoritario infiltra al sistema educativo, sindicatos, ONG, en fin, las bases de la sociedad, y luego, con una “carreta” populista y mediante agitación de masas, se toma el poder. 
A partir de 1990, en el mundo se implantaron otro tipo de dictaduras mimetizadas con el ropaje de democracia formal, todas las cuales utilizan una combinación del modelo de infiltrar la sociedad civil y la técnica de gobierno de Mussolini, que consiste en que después de tomarse el Estado por medios electorales, le quitan funciones al poder legislativo, atemorizan a los jueces y dejan unos pocos medios de comunicación libres.
En esta partitura, el Congreso se vuelve un apéndice del Ejecutivo y sus miembros se convierten en una especie de orfeón bien pagado, que reciben sus sueldos solo por cantar el himno nacional y corear consignas, y los jueces se convierten en calanchines del régimen. Para hacer perfecta la comedia se deja que exista un grupúsculo de oposición al cual se le amedrenta cuando se extralimita.
Con el “Parlamento” de bolsillo se cambia la legislación electoral para acomodarla a la voracidad del tirano, a quien se reelige varias veces y más tarde le confieren plenos poderes para legislar por decreto, para enfrentar un hipotético “enemigo externo”. En cuanto a la poca prensa libre que queda, se le deja actuar, pero se le intimida con racionamientos del papel y a los periodistas independientes se les amilana con grupos de matones.
A los pocos años, el presidente vitalicio, gracias al manejo discrecional de los fondos públicos amasa una fortuna enorme y se convierte en un polo de atracción para todas las capas sociales y así, el régimen perdura por décadas mediante elecciones rituales, con su ropaje falso de democracia y también se designa un hijo para una eventual sucesión.
Pero un día, la gente se cansa y explota, como en los países árabes, que, fastidiados, tumbaron a varios dictadores disfrazados de demócratas. Sólo faltan Gadafi y otros de esa fauna.

*Directivo universitario. Miembro de la Academia de la Historia de Cartagena.

menrodster@gmail.com

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