Columna


Las fiestas del once

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

10 de noviembre de 2012 12:00 AM

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

10 de noviembre de 2012 12:00 AM

Cada vez que llega noviembre evocamos las fiestas y jolgorios que se hacían con motivo de unas efemérides de dignidad y heroísmo. “Todo tiempo pasado…;”
Eso de mirar para atrás es una inclinación que nos viene con los calendarios. Es la de vivir añorando el pasado, despreciando estúpidamente el presente que todavía parece ofrecernos muchas posibilidades. 
El 11 de noviembre parece perder trascendencia. El Concurso Nacional de Belleza se tragó las fiestas tradicionales. Para la gran Prensa Nacional no existen. La eficacia empresarial que caracteriza la organización del reinado y la dictadura de la tele así lo han establecido.  
La sensatez ha prohibido la pólvora por los peligros que conlleva. En estos días sería disparatada una "guerrilla" de buscapiés. Las autoridades y la policía han reducido esta práctica con medidas enérgicas y eficaces. En cambio no han podido con el vandalismo de la maicena y el malandrinaje de la guerra de agua.      
Otra cosa que languidece son los disfraces. Las comparsas populares, con mucha alegría y pobre vestuario, se ven menos. La principal diversión que aportaba el disfraz era caracterizarse de cierta cosa o personaje para no ser reconocido. Además el bando estimulaba la diversión, propiciando una hermosa igualdad popular en sentimientos y expresiones, danzas y cantos. El principal objetivo del disfraz es hacer difícil ser reconocido. Así cualquiera debería parecer distinto a como es. 
Sorprendía cómo muchachos afrodescendientes se tiznaban y se disfrazaban de imponentes negros cimarrones. Los maricones, y otros por simple relajo, aprovechaban para vestirse de mujeres y se pintoreteaban, generando una escabrosa situación de perverso maltrato ante la crueldad, y la burla de los demás. Uno de los más destacados exponentes de las loquitas afirmaba que para ser maricas en Cartagena tenían que ser muy machos.
Los ganaderos y productores del campo recurríamos a la abarca y el sombrero vueltiao para ser "corronchos" por Escritura Pública. Algunos empresarios agresivos se ufanaban de ser piratas. Con parche en el ojo y la indumentaria que Hollywood ha impuesto, creían estar representando el personaje. Cuando algún día en broma les dijimos: ¿ustedes sí creen que están disfrazados? Salimos del paso con algún madrazo que nos corrieron en voz baja.      
El ron blanco corría a raudales. Ahora se impuso el aguardiente con anís al que le quitaron el azúcar, y un ron foráneo que dizque tiene mágicas virtudes para abrir piernas y voluntades femeninas.
La plazuela era una licuadora social con todos sus ingredientes: tambores y fandango, ruletas y juegos prohibidos que solo se aceptaban para esos días. Pero no se jugaba al chance. Las mesas de frito y guarapo proliferaban, así como ventas de pitos, sombreros, serpentinas y mascaras. El orden lo imponían amables policías con bolillo. 
Las festividades y las intimidades del Concurso son comentadas por presentadoras de T.V. que superan en atributos a casi todas las candidatas. Es más cómodo ver todo desde un mecedor, que andar en el “corre corre” de disfrutar la fiesta. Ah y a las reinas populares, cada día más hermosas, se les ha vinculado al Concurso de Belleza. Qué buena decisión.

*Abogado, Ex Gobernador de Bolívar y Ex parlamentario.

augustobeltran@yahoo.com

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