Columna


Las mentiras

MIGUEL YANCES PEÑA

19 de septiembre de 2011 12:00 AM

MIGUEL YANCES PEÑA

19 de septiembre de 2011 12:00 AM

No nos digamos mentiras, pero la gente miente; la gente oculta; la gente falsea sus comportamientos. Es parte importante de la cultura universal, o de la naturaleza humana hacerlo, de lo contrario creo que no podríamos convivir.
Para comprenderlo imaginen como sería la vida si todos fuéramos como somos cuando estamos en confianza (en la casa), o si todos nuestros actos fueran públicos. La privacidad y la intimidad son derechos fundamentales e inalienables de la humanidad.
El octavo de los diez mandamientos, reglas que Moisés entregó al pueblo hebreo cuando erraba anárquico por el desierto, ya libre de la esclavitud, y por lo tanto libre de las leyes que le imponían los egipcios, dice: “No dirás falsos testimonios ni mentiras.”
No obstante el mentir, (dándole la acepción amplia que cobija las otras dos: ocultar y falsear, aunque son conceptos diferentes) tiene sus propias reglas. La primera y mas importante es no hacerlo para dañar o manipular a otros; ni para salvar el pello propio cuando se inculpa a inocentes. En otras palabras, mentir es justificable sólo cuando se provoca un bien, o se evita un mal (lastimar a los demás, por ejemplo).
La segunda regla es hacerlo de manera convincente; que no pueda ser descubierto nunca; o al menos durante el tiempo en que el suceso mantiene su importancia, para lo cual debe ser coherente con lo dicho anteriormente; obedecer al sentido común; y resistir el análisis lógico: en otras palabras ser una mentira verosímil.
Mentir sin respetar esta segunda regla es irrespetarse a si mismo, algo que se percibe como suficiente razón para ser muy cuidadoso al momento de mentir, pero que en la práctica diaria, va perdiendo importancia: hay, cada día mas seres humanos que ni se avergüenzan al ser descubiertos en una mentira; sólo se detienen segundos, para inventar otra que tape la primera, y que también será descubierta.
Estas personas necesitan estar cambiando permanentemente de amistades; y no cultivan afectos ni confidentes, porque una vez descubiertos pierden credibilidad, respeto, y estima del grupo social al que pertenecen, y de la familia. Se convierten en unos errantes afectivos. La credibilidad es un valor humano que se construye a través de la vida, y no un derecho como reclaman algunos.
Lo peor es que como el ladrón juzga por su condición, se vuelven desconfiadas de todo el mundo, esquivas, reservadas, y finalmente paranoicas, una enfermedad mental, que a mi entender es el verdadero infierno, porque no hay otro, y que hace mucho daño a los seres con quienes se habita.
Otra consecuencia de esa conducta enfermiza, es la necesidad impulsiva de inmiscuirse en la vida ajena (al tiempo que se protege la propia), que como es imposible de conocer en detalle, conduce al chisme. El chisme, a diferencia de la difamación que no tiene soporte alguno, se basa en vacíos de verdades a medias que el cerebro del chismoso completa y difunde con morbo. En ambos casos, son mentiras que dañan la honra de los demás.
Es mejor no inmiscuirse en la vida ajena. El que busca encuentra dice el adagio, y muchas veces, por estar hurgando, se descubren cosas que era mejor desconocer.
Es imposible, además de peligroso para el bienestar propio, saber todo de los demás.

* Ing. Electrónico, MBA, Pensionado de Electricaribe

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