En los barrios populares de Cartagena siempre hay un todero, un pragmático que resuelve las situaciones complicadas enseguida. Uno de ellos es el señor Juan Carrillo, o “Juancho”, quien vive en los Altos Jardines. Sabe de plomería y pintura, electricidad y albañilería, carpintería y talabartería, cacharrería y herrería. No hay maraña que Juancho no resuelva. Recientemente estuvo en mi casa cural resolviendo marañas y me contó la historia de su vida. Fue espontaneo y de palabras cortas. Nos escuchamos con atención sin dejar de mirarnos. Hablamos de su vida, infancia en la calle y riesgo moral y social en que vivió desde pequeño. Me contó de los sometimientos de su padrastro y del abandono de su madre cuando aún era un niño. El antiguo mercado es testigo de ello y el bar “Mapeyé” fue su casa y primer lugar de trabajo. “Allí me tocó hacer casi de todo, pero nunca nada indebido contra mí, ni contra nadie”. Al agradecerle y reconocerle su trabajo dijo: “tranquilo reverendo…;yo lo único que sé es sacar a la gente de sus apuros”. Esta afirmación exige sedimentar el lenguaje y reconocer que detrás de ella lo que se transparenta es la calidad de un servicio.
Parto de la sencillez de un servidor en cosas domésticas, para reflexionar sobre el valor del servicio. Cuanto hizo reflejó la sincera intencionalidad de su persona, su modo simple de ser y su elevada conciencia de cuanto hacía por una persona en apuros. Buena razón tenía Santo Tomás de Aquino cuando nos enseñaba a privilegiar el acto humano como raíz de la moralidad y como medio para la virtud. La generosidad de Juancho, su compromiso y entrega, son consecuencia lógica de una vivencia honesta del servicio a los demás. Sentí que recibía de él respeto y servicio, y que nacía una amistad bonita y que Dios nos ha creado es para servir. El servicio simple va de la mano del trabajo honesto.
Las lecciones del todero ratifican que es más importante el valor de servir, que de dar. El servicio incluye la voluntad humana y la voluntad a toda la persona. Es mejor, en el servicio, darse antes que dar, entregarse antes que entregar y servir a los demás antes que servirse de los demás.
Quienes trabajamos sabemos que un buen superior es el que está más tiempo al servicio de todos nosotros. Entonces se llega a la grandeza espiritual cuya máxima expresión es el gesto de Jesús de lavar los pies a sus amigos. Cuentan que durante la Edad Media, dos obreros subían una cuesta empinada, cada uno cargando una roca muy pesada. El primero protestaba por lo difícil del trabajo. Cuando le preguntaron lo que hacía, respondió: “cargando esta roca hasta la cima del cerro”. El segundo, a pesar de que su roca era más grande, parecía feliz. Cuando se le preguntó lo que hacía, respondió: Ayudo a construir una catedral, en la cual los hombres cantarán alabanzas a Dios.” Son las motivaciones internas las que hacen ver nuestro trabajo y servicio desde una perspectiva diferente. Cuando regresé con Juancho a su casa me dijo: Padre esta casita de tres pisos también es suya…;por aquí lo espero.
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