Columna


Lindando en la vacuidad

PANTALEÓN NARVÁEZ ARRIETA

26 de octubre de 2012 12:00 AM

PANTALEÓN NARVÁEZ ARRIETA

26 de octubre de 2012 12:00 AM

La edición 150 de Soho presentó 150 fotografías de mujeres cuyos cuerpos no encuadran dentro de los parámetros que habitualmente se atienden para escoger las modelos que ilustran las páginas de esa revista, es decir, la esbeltez que promueven los comerciantes.  Las vi todas, no tanto por la atracción que me produjeron, sino por el afán de hallar, por lo menos, una crónica u otro texto que leer.
Pero solo encontré fotografías con alusiones a quien posó. Aunque me disgustó, pensé en el propósito de los editores para mostrar mujeres de cuerpos que se aproximan más a lo que vemos que a lo que imaginamos, sobre todo cuando nos acercamos a la realización del Reinado Nacional de Belleza, un certamen al que asisten mujeres que previamente fueron atendidas por un cirujano, al que le encomendaron quitar en donde sobraba y agregar en donde faltaba, para encuadrar dentro del prototipo que exigen los organizadores para que la candidata tenga opción de ser nominada entre las finalistas.
No identifiqué este álbum como una crítica contra el certamen, ni tampoco como campaña de exaltación a las flacas, ni como una reivindicación de las gordas, sino como una incitación a volver a la realidad, partiendo de reafirmar que los encantos de las mujeres no dependen solo de la perfección de unas medidas en determinadas partes del cuerpo, como lo promueve la publicidad que nos muestran los mercaderes de cosméticos o de ropa, aunque ese concepto se apoye en la exaltación de la armonía, que depende de que la cintura sea igual a dos tercios del busto y la cadera. 
No obstante, los mensajes de los publicistas afectan la autoestima de las damas. Influyen tanto, que les hacen sentir incomodidad con algunos kilos de más, de modo que se someten a intensas rutinas de ejercicio, se abstienen de ingerir alimentos o, cuando carecen de fuerza de voluntad, acuden al cirujano para que él las moldee, desconociendo que la naturaleza se resiente con las modificaciones que la alteran. Pero a esto no se le mira la gravedad, pues el bienestar no se hace depender de la salud, sino de la figura que pueda exhibirse, lo que también valida el uso de implantes.  
Todo esto me hace temer que terminaremos por excluir a las damas que no se ajusten al prototipo que encarnan las enjutas y menudas que puedan mantener su contoneo sobre una pista mientras concitan la atención del público, porque lo que buscamos en ellas no es cordura, glamur y ternura, ni tampoco su proclividad al sacrificio y al emprendimiento.
Tal vez los editores de Soho lo consideraron así. Por eso, sin que medie una palabra, invitan a rectificar, a entender que el esquema de belleza que nos impone la publicidad a través de la pauta solo lo puede exhibir un puñado de mujeres, pues la mayoría no cumple con ese estándar. No obstante, nadie puede negarle a estas su galanura y atractivo. Si no, no irían al altar, ni se destacarían en sus actividades.
Mientras nos convencemos del riesgo de poner en manos de los cirujanos lo que natura negó, recobra vigencia el canto que admitía que bailar con la más fea no afrentaba cuando ella la sabía hacer o el que confesó que para bailar la noche enterita prefería la gordita. Ellos creyeron en la diversidad y le encontraron el gusto. Los otros, en cambio, lindan en la vacuidad.

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