Columna


Llamado de atención

MARTHA AMOR OLAYA

30 de abril de 2012 12:00 AM

MARTHA AMOR OLAYA

30 de abril de 2012 12:00 AM

Aunque una necropsia haya descartado que la muerte del niño de 12 años en Itagüí fuera producto de la golpiza que le propinaron unos compañeros del colegio, el caso prendió las alarmas sobre el matoneo escolar, también llamado bullying, en Colombia.
En Cartagena a la noticia nacional se le sumó la publicación de una carta de un niño víctima del matoneo en un colegio de la ciudad, tras la denuncia que hiciera su madre ante las autoridades del colegio y el periódico El Universal.
Si bien no es un fenómeno nuevo, pues en los colegios siempre han existido niños que se la montan a otros, se ha agravado tanto en la cantidad como en las formas de agresión, generando con ello consecuencias preocupantes en las víctimas y la comunidad estudiantil en general.
Como fenómeno son muchas las aristas problemáticas del matoneo, cabe responsabilidad de los padres, los docentes, las directivas del colegio y los mismos estudiantes tanto víctimas como victimarios.
Sin embargo, estos niños (víctimas y victimarios) son una respuesta a la sociedad que somos, son producto de los padres que somos, de las familias no familias que hoy conformamos, de esa concepción moderna del sujeto más individualista y menos social, de las mediaciones que acercan las lejanías y alejan las cercanías, de las madres que nos ausentamos tanto tiempo por salir a trabajar a una sociedad que nos atrapó y esclavizó de peor forma que lo hicieron y hacen los machistas. Son producto de la ausencia de amor. Amor de quien los protege, respeta y valora en casa. Amor de profesores pacientes y verdaderamente interesados. Amor de las directivas de los colegios para comprometerse con una educación integral.
El tema es delicado porque al vulnerar derechos de los niños, su desarrollo, personalidad, calidad de vida, se está atentando contra el insumo más fecundo para la construcción de una mejor sociedad.
Nuestros niños son la inspiración, el amor, la esperanza. Nuestros niños son la dulzura y la inocencia que nos obliga a sonreír, creer y soñar con un futuro mejor, pero también son el presente del cambio que se requiere. Nuestros niños son las ganas cuando ya no quedan ganas, son sonrisas en medio de la peor adversidad. Acabar con esto, es acabar con lo mejor que nos da la vida. Por su sola razón de ser y toda la hermosura que revisten debemos asegurar la protección integral de nuestros niños.
Es aterrador que los menores estén pensando en suicidio, que pierdan el ánimo de vivir, de relacionarse, de aprender. Que en lugar de estar escribiendo los cuentos y las fábulas de realidades fantásticas, sus letras estén cargadas de dolor y resentimiento. Y es el colmo del absurdo tener que cargar sus ataúdes y dormir con la duda si su deceso lo produjeron los golpes de otros niños con los que compartía la vida de los lápices de colores, la ciencia y la literatura.
Volquemos todo nuestro amor a nuestros pequeños, cultivemos los valores que hemos dejado al azar y por tal nos pasan esta cuenta tan cara que duele y frustra la esperanza de un mañana mejor. No queramos amanecer con una masacre en aulas al peor estilo de las conocidas en Estados Unidos.

* Comunicadora Social

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