Columna


Los hilos de una hamaca

ALBERTO ABELLO VIVES

13 de agosto de 2011 12:00 AM

ALBERTO ABELLO VIVES

13 de agosto de 2011 12:00 AM

¿Por qué en una ciudad como Cartagena, en pleno siglo XXI, se celebra un festival de música que lleva el nombre de una de las más bellas composiciones producidas en las músicas de acordeón? Acaba de terminarse la investigación del periodista David Lara sobre las dinámicas en la música de gaitas luego de la aparición de los festivales en los Montes de María: elementos de una tradición mueren para dar paso, a partir de lo que el autor llama la “tarimización”, a una nueva tradición que recorre al país, perdura entre distintas generaciones e incorpora la gaita, como lo hizo Carlos Vives, a otros géneros musicales. La gaita vive muy a pesar de esas ideas catastróficas que invitan a congelar el folclor, temiendo el contacto con el mercado.
Con el Festival de la Leyenda Vallenata, importante en su momento, ocurrió una injusticia. La creación del mito y la canonización de los ritmos excluyeron a las músicas de acordeón de otros lugares del Caribe, como si el vallenato fuera toda la música de acordeón y el Valle de Upar su lugar de origen. Los sabaneros no se vieron representados en él y pasaron décadas enteras de reivindicación. Reclamaban un acto de justicia.
Cartagena, capital de provincia y destino de inmigrantes sabaneros portadores de sus culturas presenció el dolor de una población excluida que trajo consigo la discusión cantada y liderada por Adolfo Pacheco en La Hamaca Grande y otras creaciones. Hace una década en la ciudad hubo eventos académicos y culturales que retomaron el debate a la par con los aportes de investigadores que sometieron la vallenatología a crítica. Siempre, luego de horas de reflexión, encontraban las distintas colonias sabaneras de la ciudad y no faltaban las demostraciones musicales y la fiesta. He ahí el entramado de esa Hamaca Grande.
Valledupar hizo con la música rural un proceso de inclusión a su manera, de ser música de patio y masculina la llevó al salón y la plaza pública para lanzarla de allí al mundo; pero a esa hamaca le faltaron otros colores. El festival de la Hamaca Grande es otra cosa, tiene otra significación. No es un calco, para tranquilidad de quienes la suponen una mirada al pasado. Es también, eso sí, un acto de inclusión social, aceptación y reconocimiento, y que el espectro musical es tan grande como la más grande de las hamacas y que allí están los hilos perdidos. Tan no se trata de opacar al festival vallenato que ya las dos vertientes se visitan y dialogan. Tan no busca Cartagena anteponer otros cánones que los espacios de sus presentaciones se llenan con músicas diversas y se piensa como un momento para la explosión multicolor –como las hamacas- de las músicas sabaneras, que como siempre, están moviéndose, transformándose y enriqueciéndose. Es hacer región desde la música y qué mejor que una hamaca con su entramado para representarla.
Con esta urdimbre de ideas y músicas, la ciudad tiene un evento más en su aspiración de convertirse en centro cultural y si intenta ser intercultural, bienvenido entonces el Festival de la Hamaca Grande, que con seguridad generará dinámicas como las de las lecciones aprendidas de la gaita.

*Profesor universitario

albertoabellovives@gmail.com
 

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