Llegaron los indignados al corazón del capitalismo mundial: a Wall Street y a la Casa Blanca. Todo comenzó con pequeñas manifestaciones, silenciadas por la prensa, y ha proseguido con marchas multitudinarias de miles de personas de todas las edades y colores políticos.
¿Quién organizó este movimiento en un país en el que desde hace muchos años no existen protestas significativas? Es imposible saberlo, porque el instrumento de difusión y de organización fue el internet. Cada vez más los jóvenes usan esta herramienta que permite difundir democráticamente los mensajes y agrupar en torno a ellos a multitudes, sea cual sea el contenido de lo que se proclama.
Primero fue España. Allí el malestar es creciente y obedece al inconformismo que se nutre de la intuición colectiva de que el Estado viola la noción de la justicia distributiva. Es decir, favorece abiertamente a un sector, por lo demás, minúsculo de los ciudadanos. A aquellos que controlan las finanzas hasta el punto de usarlas para obtener ganancias gigantescas por medio de procederes inmorales y en desmedro del resto de la población, sobre todo de los más humildes.
Nadie ignora hasta qué punto es de grande el desempleo español. En cifras moderadas, no baja del 20 por ciento y afecta en particular a los jóvenes de estratos bajos y medios. Sin que intervenga partido político alguno y sin que prime ni liderazgo ni ideología definidos, miles y miles de ciudadanos se toman las plazas de las principales ciudades para hacer sentir su descontento, su protesta contra el manejo sin ética del capital financiero y contra unos gobiernos que prefieren salvar a los bancos a costa del bienestar de millones de seres anónimos.
En los Estados Unidos hay mucha rabia, y esa rabia proviene de una insatisfacción profunda: los ciudadanos, acostumbrados en el pasado a pensar en el gran país del norte como la tierra de las oportunidades, sienten, con angustia que estas desaparecen, hasta el extremo de contemplar impotentes el deterioro del bienestar general de la clase media y, sobre todo, el desempleo que alcanza cifras miedosas de cerca del 10 por ciento. Hay millones de personas sin salarios, seguros médicos ni viviendas propias.
Ahora bien, esa rabia se alimenta de una sensación: otra vez de la intuición de que no hay un sentido de justicia en la distribución de las riquezas. De que el Estado favorece de forma desmedida a los más ricos y poco le importa la suerte de los más pobres. Y esta percepción se origina en dos hechos principales: primero, los grandes millonarios pagan porcentualmente menos impuestos que sus secretarias. Y segundo, en la forma en que el gobierno gastó miles de millones en rescatar los bancos, sin aplicar en la práctica ningún correctivo. La inmensa mayoría de los ejecutivos que provocaron esta crisis siguen felices ganando millones.
Las protestas en los Estados Unidos van a seguir creciendo, y van a simbolizar cada vez más el malestar social, la ira de los ciudadanos con unos gobiernos percibidos como favorecedores de los más ricos y como instrumentos para depositar sobre las espaldas de los más pobres el peso de las crisis. No tendría nada de raro que se extiendan a Latinoamérica.
*Historiador. Profesor de la Universidad de Cartagena.
alfonsomunera55@gmail.com
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