Según la revista Semana, Aurelien Hayman, un joven británico de 20 años, recita sin parpadear todos los hechos que le han sucedido en la vida con enorme prolijidad. Por ejemplo, si le preguntan por octubre 1 de 2006 recuerda cómo estaba el clima, qué canción estaba oyendo y otros detalles. La crónica resalta que Hayman no siempre fue así, pero hace 9 años, se le desarrolló espontáneamente lo que los especialistas denominan como Memoria Autobiográfica Superior, que según el neurólogo James McGaugh, consiste en recordar todos los sucesos de todos los días de su vida.
Si bien en estos momentos las enfermedades que afectan la memoria son uno de los problemas de salud pública que asuelan a la humanidad, los cuales han aumentado en la medida en que se incrementa la esperanza de vida y existen más personas situadas en el segmento de la senectud. La otra cara de la moneda, o sea la de recordar todo, aunque infrecuente, es una patología agobiante para quien la padece.
El tormento de no olvidar nada o la vuelta persistente al pasado, en clave bíblica es representado por el caso de la mujer de Lot, quien se convirtió en estatua de sal por “mirar hacia atrás”, una bella metáfora de este texto sagrado sobre este asunto.
La hipermnesia o exceso de memoria, fue descrito por Jorge Luis Borges en su cuento, Funes el memorioso (Ficciones. Pág. 121), en el cual describe el caso de Ireneo Funes, un hombre que “tenía más recuerdos que los que tuvieron todos los hombres desde que el mundo es mundo”. Funes tenía una memoria monstruosa, increíblemente precisa y minuciosa, al extremo de que el presente se le convirtió en un infierno, pues era la persistencia fantasmagórica de lo existente a través de los recuerdos.
Su vida era difícil, tenía problemas para dormir, ya que, según Borges, dormir es distraerse del mundo y Funes era fastidiado por el exceso de memoria la cual le había convertido la mente en un vaciadero de basura existencial. Otro detalle de este caso es que Funes no pensaba, pues pensar según Borges “es olvidar diferencias, es generalizar y abstraer”.
Tal vez por eso este personaje era incapaz de ideas generales, por lo cual le molestaban detalles como que el “perro de las 3 y 11 minutos, tuviera el mismo nombre del perro de las 3 y 15”.
En la vida real, los parientes memoriosos de Funes han sido muchos, por ejemplo, Temístocles se sabía los nombres de todos los habitantes de Atenas; Ciro, rey de los persas, llamaba por su nombre de pila a todos sus soldados; el cardenal Mezzofanti (1774-1849) sabía 78 idiomas; y Alexander Aitken (1895-1967), un profesor de matemáticas de la Universidad de Edimburgo, era capaz de recordar 2.000 cifras decimales de Pi.
En clave humorística, el otro extremo, o sea no ser memorioso, lo definió Albert Schweitzer, Premio Nobel de la Paz, quien decía que la felicidad era tener “Una buena salud y una mala memoria”.
En fin, los pacientes memoriosos como Hayman pueden ser útiles para los estudiosos de los problemas derivados de falta de memoria, sin olvidar que el exceso de memoria o la ausencia total de esta, son situaciones atroces. “In medio virtus”, decían los romanos, si es que no me falla la memoria.
*Directivo universitario. Miembro de la Academia de la Historia de Cartagena.
menrodster@gmail.com
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