Columna


Los perros de Manga

GERMÁN DANILO HERNÁNDEZ

29 de marzo de 2011 12:00 AM

GERMÁN DANILO HERNÁNDEZ

29 de marzo de 2011 12:00 AM


Pero en este exclusivo sector residencial ocurre un fenómeno que bien podría considerarse una “amenaza pública” por las desbordadas dimensiones que ha tomado y que supera los límites de la paciencia y la cordura hasta de los vecinos más calmados: los paseos de los perros.
No se conocen estadísticas que identifiquen a Manga como el barrio con mayor concentración de población canina, pero los amantes de estos animales se pueden deleitar, especialmente en las mañanas, con muestras de razas, tamaños y colores, incluyendo una que otra chanda.
Ese agradable espectáculo de convivencia entre el hombre y su mejor amigo genera sosiego espiritual similar al que puede producir la incomparable vista de la bahía con su mágica presencia de embarcaciones, pero el encanto se rompe con el resultado de sus pasos.
Si la cantidad de heces en sitios públicos, se tomara como factor de medición, se podría decir que a Manga llegan todos los perros de la ciudad. Esa circunstancia permite medir la falta de civismo e higiene de muchos de sus propietarios, quienes se ufanan del pedigrí pero se asquean con su popó.
Todo parece indicar que quienes sacan a sus mascotas para hacer necesidades fisiológicas y tienen la disciplina de recogerlas son una ínfima minoría. Abundan quienes prefieren convertir andenes, calles y parques en letrinas públicas de sus mascotas.
Hastiados con la situación, algunos moradores imprimen avisos con señales prohibitivas de defecación animal, que ponen en los andenes o entradas a las casas, íconos poco comunes en el lenguaje universal de la relación hombre-perro.
El Paseo Peatonal de Manga, lugar privilegiado para practicar deportes, compartir amores, disfrutar el paisaje o buscar el regocijo espiritual, pierde sus cualidades por la acumulación diaria de “minas” que cualquier desprevenido esparce con sus zapatos y, por sus olores, incompatibles con la placidez.
Varios gobiernos distritales han buscado soluciones, hasta el punto que hace pocos años se crearon los primeros “baños públicos para perros”, que fracasaron, porque los acompañantes de los animales no los llevaban a los montículos de tierra acondicionados, sino que dejaban que fueran sus mascotas las que decidieran dónde querían hacerlo.
En buena hora, con el inicio de una nueva jornada pedagógica para entrenar a los amos a ser buenos acompañantes de sus perros y mejores vecinos, se anuncia el establecimiento de sanciones, que incluyen la retención de las mascotas de quienes persistan en sacarlos a “hacer caca” en cualquier parte.
Estos animales, depositarios de la ternura de hombres y mujeres, sin distingo de edades ni clases sociales, tienen fama de ser de los más inteligentes de la naturaleza. Serviría de mucho que los amos, algunos acaudalados y descarriados, hicieran también uso de la racionalidad para comprender que la mejor muestra de cariño que pueden darles es recoger su popó. Los vecinos de Manga serían tan felices como sus perros.

*Trabajador Social y Periodista, docente universitario, asesor en comunicaciones.

germandanilo@hotmail.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS