Columna


Los verbos afónicos

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

08 de junio de 2011 12:00 AM

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

08 de junio de 2011 12:00 AM

Esa noche Carmencita había soñado que tenía la boca más grande que el cuerpo y se encontraba parada sobre un reguero de tierra. Su boca era tan gigantesca que los labios parecían un juego de colchones pegados y la barbilla le daba a las rodillas cuando vociferaba alguna vocal abierta. En el sueño todo lo que decía empezaba a nacer de la nada, a construirse: galletas polvorosas y su bocadillo cíclope, tiendas de esquina, colegios públicos, palos de mangos, garzas en tumbaga. De pronto, cuando se disponía a deletrear a la gente, un vértigo de cama la hizo despertar lejos de los ángulos de su cabeza: «Ah ya entiendo» dijo desperezándose, «Si Dios no dice que la luz se haga, la luz no se hace».      
La gente de este país es la que se sabe de memoria aquel poema de Neruda que comienza diciendo “me gustas cuando callas porque estás como ausente”, como si se lo hubiesen aprendido de tanto escucharlo en la voz criminal del Estado, en el eco arisco de las calles vaciadas por sicarios y policías autoritarios. A cada rato un campesino honrado se transforma en un guerrillero perforado a metralla sólo porque un batallón del Ejército necesitaba la noche libre para el Día de las Madres; a cada rato hay profesores asesinados que murieron con la clase del día siguiente en la orilla de la boca y con la libreta de asistencia bajo el brazo, con la carpeta llena de exámenes y sueños de una maestría a pesar de ser maestro; y todos los días al mar lo visten con liquiliques de concreto y décimos pisos mientras vamos asomados por la ventanilla de la buseta leyendo los únicos títulos de playa y océano que nos dejaron: Morros Vitri, Alta Mar, Mar del Norte, Las Américas.
Y nosotros como un suéter viejo: sólo damos nostalgia. Algunos quieren alzar la mano para que les den la palabra y no se la dan, otros tienen agujetas de cordones en las bocas y su opinión es la misma que la de un zapato amarrado: cuántas personas no se estarán ahogando con un buche de sermones sin pasar de la molleja, cuántas mujeres acosadas con un trapo viejo en la garganta. La crítica de este país no pasa del silencio, en esta ciudad más hablan los intelectuales muertos desde sus libros que los vivos muriendo desde sus casas.
A cada rato se celebran cumpleaños de ciudades fundadas por personas remotas cuyo único recuerdo de eternidad fueron los holocaustos de la Colonia, porque la gente no entiende que si bien la historia venidera cambia, la historia del pasado también sufre cambios de perspectiva. Todos los días las mismas indias piden limosna, un manglar es cortado, el cangrejo en su parque se pudre, y nosotros mamándonos para adentro nuestros verbos como si nos hubiéramos hipotecado la mala gana.
Gente mía, le gustas cuando callas porque estás como ausente, y los vemos desde lejos y sus actos no nos tocan, parece que los ojos se nos hubieran volado y parece que el miedo nos tapara la boca.

*Estudiante de Derecho de la Universidad de Cartagena

orolaco@hotmail.com

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