Columna


Los “avivatos”

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

12 de junio de 2011 12:00 AM

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

12 de junio de 2011 12:00 AM

El término avivato es un argentinismo que proviene de un personaje de historietas cómicas de ese nombre, el cual tenía como conducta su ventaja permanente en las relaciones con los demás.

Colombia ha sido pródiga en avivatos. El caso más reciente fue el de David Murcia Guzmán, que timó a miles de personas mediante una pirámide. No obstante, el rey de los avivatos colombianos es Juan Carlos Guzmán, un estafador detenido hace 14 meses en Estados Unidos. Las actuaciones de este timador las reseñó la prensa mundial. Como buen embaucador, era adicto a la buena vida, los hoteles cinco estrellas, los Rolex y otros signos de riqueza, lo cual financiaba con tarjetas de crédito robadas en los sitios en donde se hospedaba.
Para cometer sus delitos, este personaje se disfrazaba de magnate petrolero o de jeque árabe. Este último papel le rindió buenos dividendos, pues los príncipes orientales tienen el aura de la nobleza unida a una fortuna incalculable, una combinación exitosa para embaucar. La prueba es un episodio que ocurrió en Neiva en los años 60, cuando otro estafador, Juvenal Torrentes, le metió el cuento a los neivanos de que era el Maharajá  Rahama Machaka, Embajador de la India y consiguió que lo alojaran en el mejor hotel de esa ciudad, en donde bebió y comió opíparamente a costa de los opitas incautos. Este caso fue el argumento para una película cómica.
En Cartagena,  en los años 70, ocurrió un episodio similar, que aunque sin la magnitud del de Neiva, sí tuvo unos ribetes cómicos. En una fiesta sabatina en el Hotel Americano (hoy Almirante Estelar), ingresó un personaje exótico que vestía un turbante y lucía un vestido constelado de lentejuelas, y de inmediato se corrió el rumor que era el príncipe de Chamát, de las Islas Salónica (Sic).
Un radiólogo cartagenero, quien participaba del festejo con su agraciada esposa, al oír la noticia, se apresuró a saludarlo y le dijo ceremonioso: “Príncipe, la ciudad se rinde a sus pies”. El supuesto príncipe, caminaba en el recinto con aire mayestático y el médico, alucinado con el  personaje, lo convidó a su mesa en donde le brindó viandas refinadas y una botella de Whisky costosa. En el fragor de la pachanga, el “príncipe” le pidió al radiólogo, con lenguaje atravesado, si su esposa lo podía complacer bailando una pieza musical. El galeno, exultante de alegría, dijo: “Príncipe para mí es un honor que usted baile con mi mujer”, tras lo cual Chamat bailó un bolero, con mucho respeto. No obstante, en cuanto sonó “La Saporrita”, una canción de moda en esa época, al príncipe le afloró la “viveza” criolla y la malicia en el danzar y se arrecostó muy peligrosamente a la dama. El radiólogo, cuando vio que el asunto tomaba un giro “carnestoléndico” y  vio que el “príncipe” no  era sino un avivato, gritó iracundo: “Mija,  apártate de ese  H.P”.  Y lo persiguió por toda la pista para agredirlo. Esta trifulca culminó como terminaban todas las peleas en Cartagena, cuando era una ciudad pacífica, en carcajadas, y Chamat, que en realidad era un agente de seguros de Barranquilla, regresó a sentarse en la mesa del galeno.
Hoy, 36 años después, todavía le maman gallo con esta anécdota al médico, quien me autorizó a publicarla.

*Directivo universitario. Miembro de la Academia de la Historia de Cartagena.

menrodster@gmail.com

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