Hace poco más de un mes, Cartagena fue testigo del vandalismo por parte de jóvenes agitados que desbordaban sus ansias de destrucción usando como blanco la piel de transeúntes indefensos. Sus armas eran pistolas que disparaban bolas de goma llenas de pintura, que revelaban su ánimo de llevarse el mundo por delante, sin mayores arrepentimientos, como si lastimar a un ser humano fuese parte de un juego.
Los hechos se convirtieron en un símbolo que activó alarmas para que los ciudadanos se formularan la pregunta sobre qué ciudad tenemos y qué ciudad queremos. La discusión sobre el racismo, que existe y se vio, trascendió a la discusión sobre una violencia que puede ser ejercida sobre cualquiera que camine por las calles.
Ser negro, ser gay, ser lesbiana, ser mujer, ser discapacitado, ser gamín, ser reciclador, ser trans, ser pobre, ser loco, ser indígena, es un factor de riesgo en espacios que se suponen son de todos. Pero ser cualquier otro ciudadano también. Es la ciudad contra la ciudad. Los ciudadanos contra los ciudadanos.
Mientras se valorizan los metros cuadrados, corremos el peligro de que se desvalorice el “valor” de los humanos en lógicas hipócritas, en una ciudad que se reinventa con unas estéticas y dinámicas de exclusión.
El pasado 23 de marzo, la gente marchó. Caminaron por la Avenida Venezuela, algunos con capuchas similares a las del Ku Klux Klan –la conocida organización de extrema derecha del siglo XIX- y gritaban “Hoy también hay de esos: El Procurador, los violentos, la Iglesia”.
Cuando la marcha se aproximó al monumento de Pedro de Heredia, un joven se subió en la estatua y le puso una de las capuchas al legendario conquistador. Don Pedro de Heredia, un miércoles por la tarde, vestido de Ku Klux Klan en medio de una ciudad que lo acusaba de la una herencia maldita de discriminación.
Cartagena demuestra que puede despertarse de su letargo, decidida a resignificar su historia. La desesperanza que sembraron siglos de gobernantes pésimos inoculó al pueblo de desazón y pesimismo, de una sensación de que nada se puede hacer por construirnos diferentes.
Se empieza a sentir una atmósfera pre electoral. Los candidatos futuros alistan sus discursos de posesión sin saberse elegidos, pero el pueblo es el que decide. El pueblo es el que determina quién será su próximo gobernante.
No crean en falsos profetas, no crean en discursos amañados, no crean en quien les ofrece un puesto –es un clientelista- no crean en los oportunistas, en los ladrones de oficio, en los maleantes ocultos detrás de causas nobles, en los ilusionistas, en los populares bandidos, en los mismos de siempre, y en los villanos que regalan tejas para el invierno.
La marcha más importante que puede hacer la ciudad es hacia las urnas, pero con un voto consciente. Es allí en donde realmente podremos ponerle la capucha al opresor, es allí donde podemos reclamar la igualdad social. Es allí donde podremos acabar el silencio, la discriminación y la violencia.
*Psicóloga
palabrasdesexualidad@gmail.com
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