Vivimos una época donde el triunfalismo que se percibe confirma el adagio de que “los arboles no dejan ver el bosque”, tan popular como cierto. Hay mucho por construir en cuanto a la seguridad del territorio colombiano y sobretodo manejarla con cuidado, para no dañar la fiesta en que muchos creen que estamos.
En el año 2002 íbamos camino al “estado fallido” en el concierto internacional, y comenzábamos a ser vistos por ojos foráneos y propios como incapaces de superar el estado de violencia, ni la anestesia que nos corría por las venas al ver todos los días los ataques terroristas y la destrucción de nuestro suelo.
Pero hubo luego vientos propicios de optimismo y voluntad para acabar con el flagelo que nos carcomía por dentro, y dimos la vuelta a la página para luchar por la recuperación de todo lo cual nos sentimos orgullosos los colombianos, especialmente disfrutar nuestra libertad de ciudadanos.
Pero esa voluntad de cambio que nos llenó de optimismo y de coraje también requería combinar otros factores además de las acciones valerosas diarias de nuestras Fuerzas Armadas y la voluntad política de un líder: las acciones en todos los otros sectores de la política y economía nacional, porque lo que se había cedido antes era la seguridad, ese bien público inajenable, ese derecho natural de todos, fundamental para el desarrollo de cualquier sociedad, ese patrimonio al cual nunca se puede renunciar. La seguridad se dio, pero a medias, porque no la complementaron los sectores que tenían que trabajar para lograr la transformación social.
Hay todavía un trecho largo por recorrer, fueron muchos los muertos, muchas las acciones valerosas que se cumplieron, pero ¿dónde estuvieron las acciones sociales complementarias? ¿Dónde las escuelas, vías, oportunidades de trabajo, hospitales, puestos de salud rurales y tantas cosas más, que a la par de las acciones de las Fuerzas Armadas, oímos en labios de políticos nacionales, departamentales, regionales o locales que se iban a ejecutar?
Allí se iban a invertir dineros de los colombianos para devolverles esas oportunidades, todas esas acciones normales en una democracia, que se ejecutan con dineros públicos y privados para mejorar las condiciones humanas esenciales para el desarrollo de la nación y de su pueblo.
Hoy la seguridad se deteriora sin ese complemento, por falta de oportunidades para los más necesitados, por falta de la transformación social a que tanto aspiramos, así como hace 8 años anhelábamos la seguridad para transitar por el territorio. La inseguridad ahora es más compleja que entonces.
Ya no hay un enemigo común y articulado, sino uno disperso. El Estado enfrenta la disyuntiva de ofrecerle a la juventud oportunidades de estudio, trabajo, bienestar ciudadano, es decir acciones que compitan ante una oferta de dinero fácil y de poder que ofrecen todas las bandas criminales que pululan en nuestro país. Tenemos que ofrecer una alternativa mejor, opciones viables y atractivas para una juventud acéfala por la falta de oportunidades.
Es la ley de la oferta y la demanda que enfrenta al Estado y que tiene que llenar si desea tomar el camino hacia la única prosperidad válida: la de todos los colombianos.
Ese es el reto de nuestra seguridad hoy.
*Almirante (R) de la Armada Nacional
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