Columna


Mártires y labiales

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

04 de julio de 2012 12:00 AM

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

04 de julio de 2012 12:00 AM

Digamos por un momento que “A” es una mujer y que “J” es un hombre. En un viernes cualquiera “A” se baja del bus que la deja en el barrio donde vive. Camina por las calles polvorientas, con el cabello suelto cayéndole en la espalda como un relámpago de carbón. Observa una o dos panaderías, las  mismas de siempre en un barrio olvidado por el tiempo como la mayoría de la ciudad. “A” abre la puerta de su casa. Nota que en la sala no hay nadie, y luego se dará cuenta de que la casa está completamente vacía. Sólo ella en su soledad de estudiante.
Llega a su cuarto donde se quita la ropa y después entra al baño. El agua de la regadera empieza a caer sobre su cuerpo, el jabón, el champú, las baldosas se encharcan de espuma y melancolía. Antes de salir del baño se mira detenidamente en el espejo y no sabe que será la última vez que sus ojos la encuentren desnuda en un reflejo, goteando de agua como una orquídea escurrida en la lluvia, como un acuoso presagio de muerte.
Cuando entra a su habitación “J” la espera. Tiene un machete en una mano y un bidón con gasolina en la otra. “A” está sorprendida, pasmada, “J” no tiene por qué estar en aquel sitio, pero ahí se encuentra, y le da varios machetazos en el rostro y en el resto del cuerpo. Ella grita pero nadie parece escucharla. “J” la empapa de gasolina y luego la prende en llamas. “A” corre desesperadamente al balcón y vuelve a gritar, con la garganta inflada por el aullido desgraciado de los inocentes. “J” escapa, y se pierde en la tarde de la ciudad.
Los vecinos acuden con sábanas para apagar el fuego, pero “A” ya está condenada, es inútil, llora con el alma ensartada de hogueras y cristales rotos. 24 horas después “A” muere en el hospital y es una más en la estadística.
Digamos que “A” también eres tú y que “J” puede ser cualquiera, o que “A” es tu mamá, tu hija, o tu mejor amiga. El punto es que no estás a salvo en este país y sus problemas, el punto es que por ser mujer muchos te ven como un simple objeto al que el viento le levanta la falda igual que una bandera, triste y sensual.
Aquí en las calles andan hombres peligrosos, y no por como están armados sino por como piensan, y ninguna sociedad avanza moralmente cuando cree que por diferencias físicas unos individuos son superiores a otros. La superioridad apesta. El año va arrastrando senos y cadáveres a través de sus días, el calendario huele a llanto con esmalte, a sollozo juntado con tacones, a suave perfume evaporado en el cuello.
Es el momento de indignarnos por todo esto, aunque las noches guarden para ti un puño secreto y tu rostro en el espejo quede salpicado de corozos, aunque sólo estés tú en medio de la madrugada, descompuesta y temblando.
No importa lo que pase ahora: igual rechazarás como nunca estos crímenes y pensarás en las otras mujeres, compatriotas de la misma república de mártires y labiales. 

*Estudiante de literatura de la Universidad de Cartagena

orolaco@hotmail.com

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