Columna


Memorias de sus manos

SARA MARCELA BOZZI ANDERSON

04 de enero de 2011 12:00 AM

SARA MARCELA BOZZI ANDERSON

04 de enero de 2011 12:00 AM

Desde niña me encanta tratar de desentrañar el alma de una persona, contemplando sus manos. Las de un pintor de brocha gorda, las de las mujeres tejedoras de Boyacá, las de las musas de Grau, magnificadas y expresivas, que hacen inconfundible su obra.
Recuerdo siempre las de mi madre, blancas y grandes, hasta el punto de cargar a un bebé de seis meses soportando su columna y su cabeza con una sola de sus manos. Las de “Pianito”, el director del coro del colegio, eran morenas y regordetas y las de las bailarinas de ballet parecen aves en vuelo.
Las manos cálidas de una persona, que aprietan fuerte al saludar, denotan carácter. Álvaro Gómez Hurtado era un orador estupendo con un uso elocuente de sus manos, capaces de convencer al más escéptico.
Así son las manos de mi amiga Lidia Corcione Crescini: blancas, pecosas y grandes. Con ellas amasa el pan, pinta peces, o capta el momento preciso en que los alcatraces cruzan la bahía de Cartagena. Su libro de poemas no podía llamarse de otra manera: “Memoria de mis Manos”. En estos días de descanso leí una y otra vez la alegría de su alma, y el misticismo que envuelve todo lo que toca.
Su nuevo libro es la síntesis de un trabajo que evolucionó con el esfuerzo y el taller diario que hacemos de manera autocrítica quienes gozamos jugando con las palabras. Me consta que Lidia, como una orfebre delicada, entretejió un poemario breve y dos veces bueno. Su perseverancia y el entusiasmo por lo que hace generan una obra limpia, que retrata su personalidad.
Es gratificante constatar que en este año que acaba de concluir, hubo en Cartagena un verdadero renacimiento espiritual: poemas de Cristo García Tapia, historias de Rubén Darío Alvarez, crónicas de época de Rodolfo De la Vega, Adolfo Meisel Roca, Haroldo Calvo Stevenson, decenas de libros bien editados por las universidades, obras cartageneras editadas por la Fundación Tecnológica Antonio de Arévalo, revistas y periódicos que dejan la huella y el testimonio de quienes caminan por la vida con los sentidos despiertos, dan cuenta de una bella intención de los seres humanos por trascender, por regalar a sus hijos su propia visión del mundo para que, a partir de allí, puedan construir una sociedad en armonía con la naturaleza.
No se necesita ser crítico literario para solazarse en las palabras hermosas que comparten con nosotros nuestros amigos. Y confío en que cada día será más fácil que cada ser humano tenga un hijo (uno solito tal vez), siembre un árbol y escriba su propio libro.
Por lo pronto, los invitamos a saborear este libro de Lidia Corcione, hija de inmigrantes italianos, pero más cartagenera que el níspero, el jugo de zapote, o el arroz con coco. Basta escucharla hablando con fluidez de todo lo que ha visto y vivido. Y basta con escucharla soñar con todos los cuentos, libros y poemas con que quiere poblar la tierra que la vio nacer y en donde podemos regocijarnos con una de sus verdaderas carcajadas.
Reír es lo que ella mejor sabe hacer. Y eso, ya es mucho cuento. Es el mejor pretexto para querer leerla con la avidez que se alimentan los hombres y mujeres que disfrutan la vida. Y la vida se palpa con todos los sentidos, especialmente con las manos, como si fuera la última gota que nos queda por beber, cada día que pasa.

*Directora Unicarta.

saramarcelabozzi@hotmail.com
 

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS