Columna


A mi querida Cartagena

REDACCIÓN MUNDO

07 de marzo de 2012 12:00 AM

PHILIPPE LAMY

07 de marzo de 2012 12:00 AM

Me casé hace cincuenta años con una hija de ésta ciudad, Irina, y venimos una o dos veces al año a visitar a la familia.
La ciudad hoy no tiene nada que ver con la de cuando no existían edificios en Bocagrande, Castillogrande y El Laguito. Se orientaba uno por las casas de los amigos y ni siquiera sabíamos el número de las calles; todos se conocían y se saludaban.
Se iba la luz con frecuencia y faltaba agua, pero no importaba, me sentía bien en este ambiente típico del Caribe, con su gente tan calurosa.
En 2011 vinimos para el fin de año y para participar en la locura total. Por primera vez notamos una degradación general que podría perjudicar al futuro turístico de Cartagena.
Antes que todo, el ruido permanente y ensordecedor; no se desea una ciudad triste, sin música y fiestas, pero sí eliminar los ruidos perjudiciales para los habitantes: pitos de carros, música dentro de los taxis y buses, de las lanchas atracadas en los muelles de la bahía, y también reducir el volumen de las sirenas de ambulancias y bomberos.
Durante las fiestas, el tráfico está congestionado. Es imposible andar por los trancones. Los taxistas y cocheros se aprovechan para aumentar sus tarifas de manera escandalosa, $50.000 por una carrera de Bocagrande al Centro, por ejemplo.
Se sabe que la salida de Bocagrande es difícil a las horas pico, una de las consecuencias de la falta de planificación para lo que ocurriría con el crecimiento del barrio y la afluencia de tanta gente nueva.
En el Centro, nuevos restaurantes y bares se abren casi todos los días, sin control, preocupados por las ganancias a corto plazo y no por la calidad del servicio o de los precios que no se justifican: ¿una pizza vale $ 45.000?  La formación es casi inexistente, cada cual piensa saber del negocio, cree no necesitar consejos ni los acepta.
Es hora de priorizar la formación profesional, de asociar el servicio público, los hoteleros y los principales establecimientos de turismo, para crear una escuela hotelera con todos los diferentes niveles necesarios para mejorar el servicio de los establecimientos y también preparar la apertura de los futuros hoteles.
Una escuela hotelera debe desarrollarse con el apoyo y voluntad de las autoridades. Parte del costo puede financiarse con un pequeño aumento del impuesto turístico facturado a la clientela de los hoteles, con la condición de que no sea utilizado para otros fines.
Los hoteles deben absorber el costo de la formación de un cierto número de jóvenes que después de diplomados estarán obligados a trabajar y perfeccionarse varios años en el hotel que pagó su formación hotelera.
Este comentario no pretende explicar cómo crear una escuela hotelera, sino precisar que ha sido posible en numerosos países con un fuerte desarrollo turístico, con satisfacción para todos. Una estadía en Cartagena es muy costosa, los precios siguen subiendo contra la relación de calidad/precio.
Un turismo de calidad requiere un servicio que corresponda a los precios pagados.
Aquí  la gente es buena, gentil y alegre, falta ayudarla a ser más profesional. La ciudad amurallada, totalmente renovada, es una joya, base excepcional sobre la cual el turismo internacional puede desarrollarse más, con planificación para evitar los errores del pasado.
A pesar de estas críticas constructivas, mi cariño para esta ciudad y su gente seguirán iguales. 
¡Bonne chance, Cartagena!

*Senior Vicepresidente, ACCOR Asia-Pacífico

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