Columna


Motociclismo a la carta

JORGE ENRIQUE RUMIÉ

13 de julio de 2012 12:00 AM

JORGE RUMIÉ

13 de julio de 2012 12:00 AM

Alguien comentaba en alguna oportunidad que si un perro muerde a una persona, el hecho se considera bastante normal, no es noticia y por lo tanto no había que publicarlo. Pero que si una persona es la que muerde al perro, bueno, eso sí es diferente, y ya habría que divulgarlo, inclusive hasta con la foto del canino quejándose ante el veterinario.
Ahora, siguiendo por ese mismo camino, que el suscrito diga que la mayoría de los motociclistas de Cartagena no tienen ni idea de cómo manejan, bueno, eso tampoco sería noticia. Eso es claro. Pero si quien lo afirma es el propio Director de Tránsito, hombre, ya la cosa cambia y hay que analizarlo con detenimiento. ¿Cierto? En especial, cuando hace unos días el mismo DATT se lanzó a las calles de la ciudad con unos simuladores de manejo para hacerle unas pruebas aleatorias entre los motociclistas que pasaban por el lugar. ¿Y saben qué pasó con el examen? Pues que nadie lo aprobó, estimado lector. Los motociclistas no sólo no saben conducir, sino que la mayoría no tiene la menor idea de lo que significan las señales de tránsito. ¿Se pueden imaginar? Sería como Macondo en su esplendor, porque tenemos más de 50.000 motos en la ciudad y las historias son infinitas.
Hace pocos días, con apenas una llovizna, la moto al frente mío se resbaló y el conductor terminó metido de cabeza en la sala de una casa. El hombre se paró, sacudiéndose el pantalón, ¿y saben qué le dijo al viejito que veía la televisión?: “Tranquilo, amigo, que aquí no pasó nada. Tú perdona la interrupción”.
Por el lado de las ocurrencias de la gente, también hay cuentos, los que quieras. El otro día también, al conductor de una reconocida funeraria se le varó su vehículo cuando ya había recogido un cadáver en el hospital. Quizás por proactivo o quizás para resolver la premura, llamó a un compañero de trabajo que tenía una moto para que le hiciera la carrera, pues al difunto había que prepararlo para su entierro. Entre los dos sacaron al señor, le pusieron una gorra y unos lentes oscuros para despistar, y apretadito en la mitad se lo llevaron para que no se cayera de la moto, con tan mala suerte que en el barrio siguiente fueron atropellados por un taxi y los tres personajes rodaron por el pavimento. La gritería de los testigos fue grande. Los chismosos -que aquí se regalan por bultos- llegaban de los confines del planeta. Y claro, del accidente sólo se levantaron dos. El tercero, el de la mitad, el que tenía puesta la gorra, permaneció ojo abierto y desparramado en la calle ante el estupor de los transeúntes. “Aaaah, lo mataroooon”, gritaba la gente. Al pobre taxista, quien conducía el vehículo, al ver que era culpable de homicidio, se le subió la presión y hubo que hospitalizarlo. Ya se pueden imaginar el tropel y las explicaciones del caso  cuando llegó el Tránsito, la Policía, la Fiscalía y hasta el dueño de la funeraria.
En todo caso el diagnóstico del DATT es contundente. Faltaría ahora resolver cómo capacitamos a un ejército de conductores que, teniendo licencia para acometerlo, aún no saben hacerlo. Problema serio.

*Empresario

jorgerumie@gmail.com

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