Cada época trae su propio sello. Los años setenta y ochenta trajeron los cine clubes en Colombia. Con programación experta y dirección artística en ellos se formó una generación de cabello e ideas largas con vestimenta descuidada. El mundo giraba a la izquierda, soñaba, había futuro. La luz se apagaba en los cinemas pero aparecían en la pantalla enorme las luces de un mundo complejo. Eran los tiempos de los nuevos directores europeos, de un cine enfrentado con arte a la mercadotecnia de Hollywood. Ni pensar aún en el betamax ni el VHS, mucho menos en el disco pirata y callejero.
Hubo cineclubes por las urbes de Colombia; cuando la pasión de alguien abría una programación semanal, esas ciudades cambiaban. Dejaban de ser algo, para ser diferentes. Lo mismo le ocurría a quien se arriesgaba a ir a las salas tomadas en préstamo para la proyección. El cambio producido entre los jóvenes los llevaba a volarse de clases para hacer la fila con un cigarrillo en la boca.
En Barranquilla un joven arquitecto de afro irrumpió con su estilo particular. De niño, dicen sus familiares, recortaba con juicio las notas de prensa de las películas para pegarlas en un cuaderno y anotaba los créditos y su propia calificación de la cinta. Fue pionero al lado de sus amigos, les abrió un camino nuevo y corrió el telón para que fueran más libres. Se hizo gran figura en el mundo de los cineclubes; todos los que organizaba se taqueaban de jóvenes a punto de repetir casi siempre las funciones. Visitaba por su pasión y su dedicación a Cartagena cada año durante el Festicine, por más de veinte años.
Analítico, riguroso y exquisito era siempre su comentario a cualquier película. Fue parte del grupo fundador de la Cinemateca del Caribe y dirigió su programación con brillo. La arquitectura no fue su pasión, sino el cine y la música. Gracias a sus conocimientos se vinculó a la primera emisora cultural universitaria del Caribe colombiano para hacer -con el perfil bajo que lo acompañó- su programación. Se convirtió en la voz insignia de Uninorte FM Estéreo. No cabe duda de que Barranquilla se tornaba más amable al girar el dial hasta el 103.1 y encontrar su voz inconfundible. Durante el día acompañaba en la locución; para los domingos reservaba su propio programa de rock preparado a fuego lento con exquisitez como el mejor de los platos al medio día. Fue de una generación que desde la cultura transforma a esa ciudad con sus realizaciones.
Barranquilla y el Caribe están de luto; Braulio De Castro cerró para siempre sus ojos el martes 29 de marzo. Será inolvidable por su genio y figura. Las gentes de cine lo recordarán por siempre. El deseo quisiera restablecer cineclubes y cinematecas pero las nuevas generaciones andan por Internet y Youtube. El mundo cambió de época y ésta nueva viene con sus propios protagonistas. Jóvenes también –como lo fue y le gustaban a Braulio-, con nuevos peinados y descaderados. No se sabe si esta vez con futuro. Pero trae como todas las épocas su propio sello.
¡A Braulio De Castro se le acabó la película! Fue un hombre de época. Como es Alberto Sierra en Cartagena. Mientras tanto, recordando a Braulio, hay que aplaudir al Cine Club Quiebracanto, que persiste y abre cada fin de semana frente al Camellón de los Mártires y la Torre del Reloj.
*Profesor universitario
albertoabellovives@gmail.com
Comentarios ()