Seis muertes violentas en un solo día fue el saldo de gatillazos y puñaladas que los ase-sinos no quisieron negarles a sus víctimas. El Universal del pasado miércoles le dedicó toda la página 6B a la información pormenorizada de cada uno de esos hechos de sangre, con la intención de que tanto las autoridades como la comunidad entendieran que la ola de atentados exige giros radicales.
Dos días después otros dos muertos fue-ron también noticia, y lo serán mañana otros tantos puesto que estamos impregnados de la cultura narco. Al que falla en lo más mínimo “hay que quebrarlo”. Esta es la expresión que mejor traduce la mentalidad reinante, y la que se aplica de manera inexorable sin rebajas por condescendencia. No hay alma que se ablande ante el brinco de un peso o el in-cumplimiento de una oferta, y por lo uno y lo otro “acuestan” a renegados y negligentes, veraces y embusteros.
Si la inseguridad urbana crece y su grave-dad debilita la política que se adopta en ejer-cicio del poder de policía, ¿habrá probabili-dades de que este panorama cambie? ¿Podrá el próximo gobierno distrital conjurar el preocupante crecimiento de las pandillas ju-veniles? ¿Se atreverá el alcalde que venga a sa-cudir la otra epidemia –el mototaxismo– que riega de cadáveres los sardineles y las vías? ¿De dónde saldrán los empleos que mermen el sicariato que vende sus servicios al mejor postor?
El repliegue de la guerrilla y la desmovili-zación de las autodefensas no nos redujeron los desplazamientos. Nos siguió llegando, por obra de las bandas criminales y la nueva tácti-ca guerrillera, gente con hijos churrientos, sin plata y sin chance de trabajo para vivir con holgura y dignidad. Por eso, cualquier estra-tegia de inversión social resulta insuficiente para superar dificultades de vivienda, salud, educación, movilidad, recreación y estabili-dad familiar en los barrios populares.
Los candidatos a la Alcaldía hablan, sobre la inseguridad, igual que cuando les pregun-tan por la financiación de sus campañas: sin convicción, con evasivas, con repetidas moji-gangas sobre vigilancia. En fin, con más frases de almanaque que claridad, y poquísimo de una colaboración interinstitucional que con-duzca a combatir las condiciones objetivas de la violencia urbana: inteligencia preventiva, pedagogía ciudadana, regularización de los servicios básicos y la promoción de una red de microempresas productivas que ocupen los brazos cesantes.
Dijo ayer Cruz Villeros López, una de las más antiguas vendedoras de dulces del portal, que lo único que sucede en el mundo sin permiso de Dios es el mal que nace de la per-versión de los hombres. Una teóloga nata que se gastó una frase que Sartre hubiera envidia-do para su obra teatral El Diablo y Dios. Y como no bien la escuché lo dije, la veterana endulzadora de paladares contestó: “Yo no sé quién carajo es ese viejo, pero es lo que nos está pasando aquí con los asesinatos más crueles, ya no por día, sino por minuto, y con los atracos y el fleteo”.
El desencanto de Crucita no es un gracejo de comiquilla con las esperanzas perdidas, ni un alarde de sabihonda sin chaveta. Es un clamor que nos recuerda que vivimos en una ciudad privilegiada donde nos ha importado un pepino que la indolencia derrote a la ra-zón.
*Columnista
carvibus@yahoo.es
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