Columna


Murió Jaime Díaz

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

28 de abril de 2011 12:00 AM

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

28 de abril de 2011 12:00 AM

Murió Jorge García Usta, el maestro Grau, El Cuchilla, Sincelejo, Etelvina Maldonado, y ya bastante triste era, cuando empezamos a sentir angustia porque la ciudad estaba desapareciendo. Lo sentí la última vez que vi a Jaime Díaz, pensé en su pelo de loco, y en todas las veces que, cuando niña, lo advertí como un ser misterioso
Lejos de pertenecer a sus mundos, era una observadora, una voyerista que se asombraba con su existencia. Lo seguí en silencio mientras se acomodaba ese pelo extraño que me hacía pensar en Albert Einstein. 

  • De Jaime se ha dicho casi todo. La intensidad con la que vivió su vida y su relación estrecha con el teatro, ayudaron a hacer a Cartagena menos insoportable. Sospeché que la ciudad dejaría de ser lo que es el día en que él se marchara. Lo leí un par de veces, descubriendo en sus líneas las razones que escindían la vida de un abogado de un teatrero, y las mismas razones que las juntaban.
Son los seres humanos como él, los que nos llevan al futuro, y nos sacan de la estrechez de las murallas. Jaime Díaz nos enseñó que se puede ser de muchas formas y no de una sola. Ser, con todas las dimensiones y las implicaciones.
En su funeral en el salón Pierre Daguet de la Escuela Bellas Artes de Cartagena, descubrí tantos rostros caminar hasta su ataúd, con sus camisas bien tenidas y todas las canas de mundo, una generación valiosa que no conoció el cansancio, y que pese a las herencias coloniales abrumadoras, encontró muchas formas de escribir lo que ahora somos.
Allí caminaron, despidiéndose del maestro Díaz Quintero, algunos con lágrimas en los ojos, con sus pasos cansados por el tiempo, por luchas memorables, por locuras, disciplinas de todos los días. Abrazaban a su hija, miraban el cajón de reojo, como diciéndole “viejo Jaime, nos vemos”, y una trompeta interpretaba el toque militar del silencio, y las palabras del maestro José Ramón Mercado se escuchaban borrosas, recordando con su poesía que la última vez que vio a Jaime era justo como él era.  Como todos lo vimos. Como solo Jaime podía ser.
La ciudad se va desdibujando y se va convirtiendo en otra cosa. Van muriendo los personajes que hicieron que fuéramos nosotros y no otros. Mal hechos, bien hechos, no importa, pero lo que somos. Los personajes que no tienen ningún discurso, que no planean ser dirigentes, que no tienen ínfulas de nada sino de ser. 
Va envejeciendo una generación intensa.  Se va encorvando y perdiendo en sus propios silencios ancianos. Va muriendo de infarto, de viejos, de repente, de lo que sea. 
Los jóvenes tienen el desafío enorme de ser un relevo. De despertarse del letargo y aceptar el reto de ser ellos los nuevos personajes que hacen que esta ciudad sea justo esta y no cualquier otra.
Tania, Iván y Salim, le aprendieron a su padre esa rectitud que no se doblega y esa pasión por sus convicciones. Pero no basta con que ellos sean quienes releven su pasión por lo que hacen y son, somos muchos los que tenemos que exigirnos la misma entrega por lo que creemos.

*Psicóloga

claudiaayola@hotmail.com

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