Columna


Ñapa histórica

JORGE ENRIQUE RUMIÉ

14 de enero de 2011 12:00 AM

JORGE RUMIÉ

14 de enero de 2011 12:00 AM

De pura ñapa encontré un libro en la biblioteca de mis padres. Y lo digo así porque al momento de salir, algo me dijo que mirara hacia arriba para encontrarlo, melancólico entre otros documentos olvidados. El texto parecía más un campo de batalla de papeles ripiados por las desventuras de unos comejenes capaces de tragarse las ideas sin culpabilidades. Pero ahí estaba, haciéndome señas para que lo llevara. Su título: “La Ñapa”, y su autor: Daniel Lemaitre Tono.
Pues bien, en la página 53 de dicho documento, el autor hace referencia a un libro antiquísimo de Historia Universal que le regalaron, escrito en francés por el año de 1775, el cual contiene un capítulo completo sobre Cartagena. De la misma forma que para Lemaitre le resultó interesante hacerle un resumen a sus lectores de aquella época en El Universal (estimo por los años 50 del siglo pasado), de igual manera quiere hacerlo para ustedes, mis queridos amigos, pues el texto tiene sus curiosidades.
El libro arranca diciendo que Cartagena de Indias -desde aquellos días- es de las ciudades más bellas de América, superada solamente por ciudad de México. Sus “casas son de piedra y muy bien construidas”, con calles pavimentadas en roca. Escribió que la ciudad y sus barrios “están fortificados regularmente”…; y que cerca de “Xemaní”, donde hay un puente de madera para entrar a ella (lo que sería el famoso “Revellín” de la Media Luna), hay cerca una colina de “mediocre altura” donde se construyó, en su cima, “el fuerte de San Lázaro” (curiosamente no lo llamó San Felipe de Barajas).
Al frente de la fortificación (donde hoy está El Universal), existió un Hospital y un pueblo completo llamado “San Lázaro de los Incurables”, donde confinaban los leprosos (posteriormente fueron trasladados a Caño del Loro), para evitar su contagio. Por cierto, el autor resalta que había demasiados en la ciudad, manifestando que el error era dejarlos casar entre ellos, pasándole la enfermedad a las nuevas generaciones. Además, eran muy alborotados y de “pasiones carnales”.
De la bahía dijo lo siguiente: “Pasa por una de las mejores del continente…;” con abundancia impresionante de peces. “Los más comunes son los sábalos que no son de carne excelente (seguramente por sus espinas), pero las tortugas sí son muy buenas, grandes y abundantes. Hay muchos tiburones que llegan hasta atacar a los hombres en los botes. Se ven caimanes, aunque estos animales son de agua dulce”, puntualizó.
Relata que la vida económica de la ciudad se animaba con la llegada de los galeones españoles y le llamaban “tiempo muerto” cuando partían. Dice que sus habitantes conservaban las mismas vestimentas de la Colonia, pero de telas más ligeras. “Las pelucas eran tan raras en 1735, que no se veían sino en la cabeza del Gobernador y algunos oficiales”, escribió. Resalta que todos cargaban un abanico de paja tejida para despercudirse el calor y la humedad.
Las mujeres usaban “una especie de falda llamada Pollera, de tafetán liso sin forro, sostenido en la cintura y colgante hasta los talones”. Resalta que mujeres y hombres se la pasaban meciéndose constantemente en las hamacas, buscando el fresco. Y que iban “a la iglesia desde las tres de la mañana para evitar el calor del día”, anotó.

*M.A. Economía, Empresario

jorgerumie@gmail.com
 

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS