Columna


Navidad, solidaridad, reconciliación

JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO

27 de diciembre de 2010 12:00 AM

JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO

27 de diciembre de 2010 12:00 AM

La época de Navidad -infortunadamente marcada este año en Colombia por la calamidad en casi todo el territorio, sin que de otro lado se haya puesto fin al conflicto ni a la violencia- es propicia para la circulación de ideas, para el análisis individual y colectivo, y para pensar en el futuro de la Nación. Es un tiempo de descanso, durante el cual, sustraídos por unos días de la agitación cotidiana, podemos intercambiar criterios acerca de lo que nos acontece, pensar en nuestras propias equivocaciones y culpas y rectificar el camino.
La conmemoración del nacimiento de Jesús en el pesebre de Belén- que es precisamente lo que motiva las fiestas navideñas- constituye ocasión inigualable para estimular la solidaridad entre los integrantes de las comunidades y para insistir en la reconciliación entre los seres humanos. Todos somos hijos de Dios, con independencia del concepto que tengamos sobre Él, y de todas maneras, gústenos o no, somos compañeros de viaje. En ese tránsito, todos tenemos falencias y dificultades; todos necesitamos de los demás en un momento u otro, porque no somos autosuficientes, y por tanto, como individuos incorporados naturalmente a una sociedad, tenemos que ayudarnos para el logro de los fines comunes; somos titulares de derechos y correlativamente asumimos cargas y obligaciones.
Quienes creemos en Cristo, en su carácter de Dios hecho hombre, en su misión salvadora y en el sacrificio que hubo de padecer por nuestros pecados, no podemos negarnos a cumplir el precepto básico que nos dejó como signo primordial del sentido cristiano de la vida: el amor, en su sentido más sublime. Si somos cristianos de verdad, debemos amar a Dios sobre todas las cosas y proyectar ese amor en el prójimo, al que hemos de respetar y considerar como a nosotros mismos, sea cualquiera su condición.
La dignidad humana -así lo entendemos los cristianos- es de la esencia de todos, seamos ricos o pobres; blancos o negros; nacionales o extranjeros; católicos, protestantes, musulmanes o judíos; doctores o ignorantes; de izquierda o de derecha. Y, así como exigimos que nos la reconozcan, debemos reconocerla en los demás. Los cristianos no podemos ser elitistas, discriminadores, racistas ni fanáticos, por cuanto, si lo fuéramos, estaríamos traicionando uno de los postulados básicos e insustituibles de nuestras creencias.
De allí que una sociedad mayoritariamente cristiana como la colombiana tiene que ser una sociedad pluralista y tolerante. Allí se encuentran nuestros paradigmas religiosos -los de esa porción de colombianos- con los valores y principios constitucionales que hacen parte del patrimonio de la sociedad entera, y que, por ende, son también los que comparten los colombianos pertenecientes a credos diferentes.
Digo todo esto porque considero necesario reflexionar en Navidad sobre el papel que -aparte de lo que hagan o dejen de hacer nuestras instituciones y gobernantes dentro de la órbita de sus funciones- jugamos los ciudadanos, y en particular los cristianos en nuestra calidad de tales, como homenaje al Redentor en un aniversario más de su nacimiento. Con independencia de la posición de cada uno en la sociedad, estamos obligados a buscar la reconciliación y a practicar la solidaridad, dos imperativos del momento.

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