Columna


No más polarización

MARTHA AMOR OLAYA

23 de julio de 2012 12:00 AM

MARTHA AMOR OLAYA

23 de julio de 2012 12:00 AM

No es un asunto fácil este país. Y no es blanco o negro lo que pasa en él, no son buenos y malos, no son verdades y mentiras, no es una historia sino historias, son realmente relaciones muy complejas con bases históricas de violencia que paren víctimas por todos lados.
Lo que ha pasado en el Cauca en los últimos días no es noticia de última hora. Es producto de una larga historia nutrida de múltiples voces y procesos sociales de distintos calibres, de paciencias acabadas, de esperanzas rotas y recompuestas, de opciones y alternativas de dirimir los problemas.
Y lo que ha sucedido tiene gestos de grandeza y ha tenido momentos trascendentales en el terreno de los Derechos Humanos y el reconocimiento indígena, es decir en la transformación de estructuras sociales legadas del colonialismo. Me refiero a la actitud de soldados que entrenados para la guerra, ignoraron el poder de sus armas y respetaron como debe ser a una comunidad que constitucionalmente tiene una soberanía; aunque se equivocaron en la manera de exigirla. Digo respetaron porque en ese ambiente la situación pudo terminar en tragedia, pero los soldados prefirieron lágrimas y humillación antes de nuevos falsos positivos, lo que hubiera sido sencillo, pues para muchos estos indígenas son guerrilleros.
Pero esto no quiere decir que las Farc no estén infiltradas ni que la soberanía indígena sea una panacea. Nuestra situación de conflicto mina garantías en los procesos y difícilmente los indígenas tienen el control total de sus territorios, como tampoco lo tienen de su comunidad fragmentada por gente con ansías de poder, de dinero, oportunistas, confundidos, rebeldes, victimarios, víctimas, etc.
Antes de satanizar o redimir a unos y otros, tenemos que pensar en reconciliación y de alguna forma vemos como el fantasma de Álvaro Uribe asusta al presidente Santos quien defendiéndose de las acusaciones de haber quebrado el huevito de la seguridad, echa para adelante y para atrás su política de paz, o mejor dicho, tiene un enredo retórico de balas rojas y palomas blancas, que ni el mismo parece entender.
Y es entonces donde la polarización hace tanto daño, donde creamos dos bandos que se tiran olvidándonos que estamos en el mismo país, enfrentando un problema común que nos necesita unidos para ser más fuertes y eficaces. Al único actor al que le convienen las fricciones entre el gobierno y la comunidad es a la guerrilla y ese terreno no debe cederse.
De otra parte, la droga tiene a todos enredados. El reiterativo fracaso de los cultivos alternativos, el terror y el abandono por parte del gobierno, fungen de diablo, tentando a algunos campesinos indígenas o no, a sembrar coca, marihuana y negociar con grupos al margen de la ley. La legalización es un camino.
La línea es difusa, porque no por eso quienes reclaman soberanía y sacan a los soldados de sus trincheras son guerrilleros o narcos, pero tampoco por eso los militares deben irse y dejar la zona a la suerte de toda clase de bandidos.
La polarización no hace sino exacerbar los odios y el odio trae más violencia. No más violencia para el país, más razón y menos corazón a la guerra.

* Comunicadora social-periodista.

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS