Columna


Nostalgia informal

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

25 de mayo de 2011 12:00 AM

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

25 de mayo de 2011 12:00 AM

había sido paciente sólo para disfrutar de los colores en las anguilas del vendedor de cordones, había aguantado conversaciones sobre pastillas de ajo para bajar la presión y las técnicas para combatir los dolores de los juanetes con la recompensa de que al salir del almacén pudiera comprar un lazo de anilina a sus tenis, pues se imaginaba que el vendedor de cordones tenía la dura tarea de desmechar los arcoíris con la intención de guindarlos en los zapatos de la gente cuyo acto tenía algún mensaje mucho más allá de la ciencia, como si las agujetas fueran algún lejano quipu con un extraño código de amor. Pero llegado el momento de ir a verlo se enteró por su abuela que todos los vendedores de ahí habían sido desalojados.    
Cuando comienzan las políticas de desmontar a los invasores del espacio público también empiezan aquellos ganchos de la nostalgia: lo digo porque algunos puestos me harán falta. Piensa uno en que hay vendedores informales y subempleos que fastidian los caminos, embotellan los paseos como constantes policías muertos o restriegan la brisa con sus rosarios de tripas, orando a quién sabe qué patrono de la porquería que baje de los cielos contaminados y realice un milagro en la desesperación del rebusque. Así se imaginan las personas al Mercado de Bazurto y algunas calles del Centro: una urbe de casetas en cuya médula comercial florecen las películas piratas.
Pero caminando allí me harán falta, y en donde estaban sus lugares de venta yo recordaré a cada uno de ellos como si les comprara algo o los interrogara sobre su oficio. Entonces andaré en el andén en que solían estar los relojeros, arrollando la hora como si fuera un pescado, interceptando cada minuto adelantado para ponerlo en su lugar y tiempo correctos, desplazando baterías, moviendo las venas con las que los años construyen el pasado. La melancolía se tomará el espacio público porque de tanto querer caminar despejado por la acera ahora voy a desear que algo me detenga, alguna persona desconocida me haga lento el recorrido para seguir imaginando los ya movidos olores del incienso, el sartal de canicas de naftalina o la cara de bobo de las mojarras. Ahora que quiera escribir de los repuestos de licuadoras o los raspaos de tamarindo trotaré triste por las avenidas limpias y vacías, haciendo enormes esfuerzos con los años anteriores para recrear los minuciosos piquetes de una aguja arreglando los zapatos en las remontadoras de calzado en pleno Centro Histórico de la ciudad, su bodegón de pasos dados en el aburrimiento del día.
Algunos puestos me harán falta, algunos nombres anónimos en la pasta de un libro de segunda mano en el Parque del Centenario, los vendedores de chance que entregan la fortuna y nunca la disfrutan, la heladera, el manguero, fantasmas que saldrán a vapulearme cuando ya no estén en las calles.
Busco quien compre esta nostalgia informal.

*Estudiante de Derecho de la Universidad de Cartagena

orolaco@hotmail.com

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