Columna


Nostalgias del escribidor

ILIANA RESTREPO HERNÁNDEZ

29 de junio de 2012 12:00 AM

ILIANA RESTREPO HERNÁNDEZ

29 de junio de 2012 12:00 AM

El último libro de Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo, es un ensayo penetrante. Es una crítica aguda a la masificación y trivialización que el reciente Premio Nobel observa hoy en la cultura, en todas sus manifestaciones. Por sus páginas brota la nostalgia y, si se quiere, un poco de melancolía por los tiempos idos. A sus 76 años, en plena producción intelectual, Vargas Llosa añora el pasado porque quizás no entiende o no quiere entender las dinámicas que enfrenta hoy el mundo de la cultura.
El ensayo, un tejido magistral de varias de sus columnas de opinión en el diario El País, de Madrid, no se limita a la cultura como espectáculo sino a todo el entramado que conforma la vida. Con el mismo tono e hilo conductor, desmenuza el mundo contemporáneo. Frente a la religión insiste en la imprescindible laicidad de los países; sobre el sexo lamenta la pérdida de su intimidad y misterio; y a los medios de comunicación los responsabiliza en gran medida de la banalización de la cultura. En especial, condena en estos últimos la forma trivial de presentar los acontecimientos y las tragedias humanas, sin pensar que su deber primario es informar antes que entretener. Casi todo se presenta como sucesos de novelón barato o de revista Hola, a la que se refiere como el producto periodístico emblemático de esta civilización del espectáculo.
Aunque no comulgo con todas sus tesis ni con su pesimismo sobre el futuro del mundo cultural, Vargas Llosa tiene razón cuando afirma que “en un campo específico, de fronteras volátiles, el de la cultura, hemos más bien retrocedido sin advertirlo ni quererlo (…;)”.  Ataca la corrupción de la vida cultural por obra de lo que él llama su expresión light, traducido no como ligero, sino como “irresponsable y a menudo idiota”.
Su explicación a tan dura sentencia no es despreciable. La economía de mercado ha impuesto reglas de las que no escapa la cultura: todo debe apuntar al éxito económico y, para conseguirlo, hay que crear “productos culturales” que puedan ser consumidos por un público ecléctico que busca, cada vez más, entretenerse sin reflexión para llenar su ocio. La cultura ha dejado de ser edificante. En estas condiciones, el creador no puede profundizar. El capitalismo, dice, ha llevado a una confusión total entre precio y valor, en la que este último sale siempre perjudicado y conduce a esa degradación de la cultura y el espíritu que es la civilización del espectáculo.
Un artista sometido a esta presión no tiene la libertad necesaria para dejar volar su creatividad, que no coincidirá por lo común con el gusto de la masa consumidora a quien debe complacer. Para subrayar su teoría, se apoya en la afirmación de Octavio Paz, quien condena al mercado como el gran responsable de la bancarrota de la cultura en la sociedad.
Al final Vargas Llosa confiesa que descree del futuro. Por fortuna, el futuro, esa página en blanco que escribimos entre todos, está esperando recibir las letras adecuadas que nos permitan rectificar y ojalá contradecir el pesimismo nostálgico del escribidor.

*Directora del Área de Internacionalización de la UTB

Iliana.restrepo@gmail.com

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