Columna


Ojala sin armas

LUIS EDUARDO PATERNINA AMAYA

11 de enero de 2012 12:00 AM

LUIS EDUARDO PATERNINA AMAYA

11 de enero de 2012 12:00 AM

¿Estamos preparados? Tremenda polvareda se armó por las armas, esta vez porque el alcalde de Bogotá dijo querer prohibir su porte y las cargas del debate han favorecido la propuesta. En lo que a este columnista incumbe, no estoy muy convencido en dejarle el camino libre a la delincuencia para ampliar su escenario de fechorías a sabiendas de que el ciudadano honesto y que se ajusta a la Constitución y a las leyes está desarmado, porque así se lo ordena una ley.
Si hoy el ocasional atracador se envalentona contra su víctima para arrebatarle un celular, aunque ésta pueda estar armada, asumiendo todos los riegos, incluso hasta morir, ¿cuál será entonces su reflexión cuando ya conozca que aquel ciudadano está desarmado? Pues, seguir en su accionar ilícito fortalecido por la indefensión de la sociedad civil. Pero si paralelamente a la prohibición se endurecen las penas, se construyen cárceles que rescaten al desadaptado y se aumente el control policial y militar en las ciudades y en los campos, el criminal se vería en aprietos cuando decide seguir su faena de dolor y muerte, aunque vaya precedido de la confianza de ser el único portador del arma.
Para optar por la vía de Gustavo Petro no basta un acto administrativo. Recordemos que una de las mayores causas de la criminalidad no está en las prohibiciones, ni en la represión su solución. También son necesarias, urgentes e inaplazables políticas sociales contra el hambre y la desocupación, ejes que empujan a un padre de familia, por ejemplo, a echarle mano a la pólvora en busca de unos pesos para amainar el llanto de su hijo alimentado con papel periódico que pasa con agua de panela. Desde luego, sin desatender factores como la educación, el ecológico, la movilidad y demás que atañen a la convivencia.
Pero si la agitación ha sobrevenido en torno a esta idea es porque los intelectuales, académicos, políticos, comerciantes, estudiantes y ciudadanía, optamos por no dejar pasar el tema sin el debate necesario que amerite llegar a una conclusión que dé al traste con tanta inseguridad. Portar un arma no es actitud de poca monta. Quien lo hace no es por ser un coleccionista o por amor a ellas.  En casi todos los casos, es para defenderse de quien pretende arrebatarle sus bienes o su vida. Pareciera como si el arma ofreciera protección, cuando todos sabemos que a nadie que pretendan asesinar o atracar le avisan. El delincuente actúa sobre seguro, con la sorpresa a su favor, convencido de su positivo, a veces hasta protegido con la indiferencia del indolente ciudadano y del vigilante corrupto.
Por ser tan complejo el problema, su solución debe enfrentarse como una política de Estado. El atracador no existe porque sí. La inseguridad es una consecuencia de una realidad social y económica que aún permite ollas donde nace el bandido con toda su capacidad para enfrentar el orden y la institucionalidad.
Me pregunto: ¿cuándo se acabarán los niños trabajando en los semáforos de casi todas las ciudades? ¿Cuándo dejarán de dormir debajo de los puentes? ¿Cuándo se les ofrecerá a los ancianos que viven de la caridad una muerte digna? Mientras las calles del cartucho y todos estos fenómenos existan, siempre habrá un ciudadano armado en las calles.

noctambula2@hotmail.com

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