Columna


Otra vez el invierno

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

10 de noviembre de 2010 12:00 AM

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

10 de noviembre de 2010 12:00 AM

Los daños son inmensos. Incalculables. Sobre todo los que no entran en las estadísticas, como por ejemplo, el terror de miles de niños que tuvieron que abandonar sus hogares en la oscuridad, en medio del agua sucia que entraba a sus casas y que amenazaba con ahogarlos. La tristeza infinita de los padres que veían flotar los colchones en los que minutos antes dormían. Los cientos de refugiados que duermen ahora en albergues improvisados después de perderlo todo, sin esperanzas de nada. Sucedió y está sucediendo en decenas de barrios de Cartagena. En algunos sitios peor que en otros. No se libraron de la pesadilla del invierno ni siquiera aquellos habitados por una clase media tradicional de empleados y profesionales como San Pedro, pero, sin duda, los que más sufren son los más pobres. Es la historia de siempre, sobre la que he escrito año tras año, sólo que cada vez se vuelve más grave. ¿Consecuencia inevitable de las acciones de la naturaleza? o ¿consecuencia previsible, principalmente, de décadas de pésimos gobiernos locales? Cartagena ha crecido y crece sin ningún tipo de planeación seria, sin que para su clase política, la de ayer y la de hoy, la creciente marginalidad y miseria extrema de un alto porcentaje de sus habitantes merezca más que una retórica vacía sobre los derechos de los ciudadanos. Nada de fondo se hace para disminuir el impacto trágico de los inviernos. Existen soluciones para disminuir en grandes proporciones las inundaciones de muchos barrios, pero, claro, cuestan dinero y su financiación requeriría hacer de ellas una prioridad de la política gubernamental. Si se pensara en la gente que habita esta ciudad, me refiero a la casi totalidad de sus habitantes que viven más allá del cerro de San Felipe, tanto como se piensa en los intereses del turismo, otro gallo cantaría. Hay que ver con cuánta pasión se aseguran los cientos de miles de millones que costará la ampliación de la avenida del mar, con su doble calzada y su túnel inútil, mientras sectores de humilde condición como Villa Rosita o el Pozón sufren los estragos de las lluvias año tras año. Para no hablar del desastre que es esa solución infame llamada Colombiatón. No tengo nada en contra de que se invierta en las obras suntuarias que mejoran nuestra imagen turística, pero lo que no entiendo y me seguirá pareciendo inmoral es que se haga cuando cientos de miles de personas requieren de inversiones urgentes para salir de la catástrofe en la que están sepultados. A fin de cuentas, el turismo, dígase lo que se diga, es un negocio privado que produce grandes ganancias. Lo peor que le puede pasar a los cartageneros es que tome fuerza la idea de que nadie es culpable del desastre urbanístico en que se convirtió esta ciudad, y que se trata sólo de la acción ciega de las fuerzas naturales. Se trata en realidad de nosotros, de las terribles consecuencias de una democracia electoral profundamente deteriorada por la corrupción y por la mediocridad de su clase gobernante y de sus élites en general. Lo que este invierno, peor que los anteriores, nos está diciendo es que Cartagena no puede seguir así. Ojalá escuchemos el mensaje. *Historiador. Profesor de la Universidad de Cartagena. alfonsomunera55@hotmail.com

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