Columna


Pálida moral

ROBERTO BURGOS CANTOR

09 de octubre de 2010 12:00 AM

ROBERTO BURGOS CANTOR

09 de octubre de 2010 12:00 AM

Desde los tiempos remotos en los cuales se distinguió y se separó el Derecho de la Moral, las sociedades, no obstante, han preservado la sombra moral como un elemento de cohesión social y de discernimiento de la virtud o maldad de los actos que genera un reproche o una acogida inapelables. Esa especie de coincidencia no escrita sobre la bondad y lo perverso y extendida de manera natural en la conciencia de los asociados es lo que se denomina moral media. Es probable que sea ella la que remueve de forma distinta e intensidad variable los sentimientos de indignación, rabia, y venganza, cuando se comete un desafuero por parte de un ser consciente contra un niño, un anciano o un adulto. El sentimiento moral opera ante el hecho condenable, le repugna, y no requiere del dictamen del juez para manifestarse. Incluso hay casos en que el agravio de la moral pone en funcionamiento un deseo de castigo y opera antes de la intervención del juez. Es probable que en las épocas cercanas a la unión del Derecho y la Moral la conciencia social fuera más sensible ante los actos condenables y su sola sombra ejercía una contención frente a las inclinaciones al mal tan fuerte como el poder civil de coerción y el temor a la pena. Una vez el ser humano reservó o clausuró un sitio de su intimidad para los dioses, encontró en las construcciones políticas un sustituto más amplio que la moral que fue la conciencia social. La política debió ser entonces una ética de lo colectivo. Allí la regla que hacía posible la convivencia conforme al ideal de sociedad, imperaba, guiaba la conducta, resolvía las tentaciones de doblegarse. Esas sombras protectoras de la persona y de su solar, desde el silencio interior, como morales o como sociales son arrasadas por acciones humanas que no sólo las transgreden sino que se sitúan por fuera de su imperio. Ahora los dioses perdieron su espacio de refugio en cada humano. La temida sanción moral o sanción social se extinguió en las comunidades y apenas si nos queda volver a la guillotina, a la horca, al veneno, a la inyección letal. ¿En qué momento ocurrió? Es un tema que tendrán que precisar los estudiosos. Una mirada desapercibida podría pensar que este desmadre comenzó cuando el bien incurrió en la tentación de resolver el mal con el mal. Y la autoridad persiguió al delito con las argucias del delincuente. ¿Quién puede ser más malo?, parece ser el reto. Quizás un estado sin horizonte como el de hoy explique una curiosidad. Ésta consiste en que una persona, lo usual es que sea un prominente representante de la Administración, o del Gobierno, o del Estado, sea juzgada por la autoridad que corresponda. La autoridad, después del proceso, la condena. Se agotó un procedimiento legal. En aquellos tiempos era de sigilo, respeto, discreción y acatamiento. Ahora no. El condenado va a una emisora, a un periódico, a un estudio de televisión, y convierte al periodista en juez y a la audiencia en jurado. Espera absolución o ser lapidado. Cuestiona a su juez o lo tilda de injusto. Son extraños estos días. Como dicen en el Caribe: ¡cuadro, qué cultura va a tener! *Escritor rburgosc@postofficecowboys.com

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