Columna


Para coronar una reina

ÓSCAR DOMÍNGUEZ G.

19 de noviembre de 2011 12:00 AM

ÓSCAR DOMÍNGUEZ G.

19 de noviembre de 2011 12:00 AM

Siempre es bueno mantener entre la manga algún discurso. De pronto nos toca coronar a una reina de belleza. El siguiente es el borrador del discurso si me hubieran invitado a coronar a la nueva Miss Colombia, Daniella Margarita Álvarez Vásquez, del Atlántico:
Majestad, tu belleza, bella Daniella, no necesita energía eléctrica para ejercer. En tus medidas jamás se oculta el sol. Ni falta que te hace la luz. Tu solita eres un cocuyo que se alumbra a sí misma.
(Aprovecho para hacerles un homenaje a las feas. Para todas las mujeres hay paraíso. Mejor dicho, no hay mujeres feas, sino mal  “fotoshopiadas”. O perezosas, según Coco Chanel).
Con tus colegas de cintura de avispa le mejoraste el currículo al Mar Caribe que, como en el verso del suicida Lugones, "bramó alrededor de tu cintura" estos días novembrinos.
Eres amazona sobre el mar. Tan linda que provocas no creer en Dios. Verte no da sueño, digámoslo con Borges que nunca amó. El amor se lo dieron en prosa y en verso. Y en silencio de luz, uno de los nombres de su espléndida ceguera.
En la guerra de "colas" que el país voyerista siguió por televisión, ganaste por varias letras de ventaja. A Blas de Lezo le gustaría tener los brazos intactos para darte un estrechón rompecostillas. Y de pronto morderte la oreja. 
Reina: eres un sueño de tacón alto. Suspiro reprimido de santo. Estornudo de una manifestación de dioses.
Tu cuerpo es un soneto al revés. Los dos certeros tercetos arriba y los dos cuartetos en el "derrière", donde la espalda pierde su nombre para convertirse en colina por partida doble.
En el Ecuador de tu cuerpo se mece orgulloso el ombligo, centro de tu universo que notifica las 24 horas por dónde pasa el meridiano del sexapil. A los cachacos, como nos dicen a los del interior, nos queda la precaria opción de alegrarnos con tus apellidos de paisa.
Cuando te despiertas aligerada de cosméticos, pareces una mentira con los ojos azules. No importa, enseguida vendrá el cosmetólogo que pondrá las cosas en su sitio. 
Desde cuando tuvo uso de razón, tu ángel de la guarda rompió su voto de castidad. San Antonio soltó el muchachito, dirían los chistosos de la televisión. Miras dulcemente, como si tuvieras manos de pianista.
Después de tantas veladas en Cartagena, tus músculos de la risa están casi en cese indefinido de actividades. Sacaste todo un Ph. D. en sonrisas, como empeñada en demostrar que tu cara no es tierra fácil para la tristeza.
Deberías darte un semestre de descanso para recuperar tantas risas dilapidadas. Y darle reposo a los músculos faciales.
Mándales el primer suspiro de tu reinado a los alebrestados en armas a ver si regresan a sus ternuras familiares. Quizá tu mirada de cubito de azúcar logra lo que no se conquistó en las chácharas de reconciliación celebradas hasta hoy.
Como reina, colega periodista, tienes el físico de un atleta del decatlón para soportar la exprimida que sufriste estos días. No estás hecha de carne y hueso, sino de fatiga y estrés.
Ya no tienes sueños, los sueños te tienen a ti. Estas palabras terminan diciéndote, sin originalidad: tú no naciste, a ti te inventaron. Felicitaciones.

oscardominguezg@etb.net.co

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