Columna


Paramilitares, ¿hasta cuándo?

REBECA GONZÁLEZ DE LEÓN

09 de enero de 2012 12:00 AM

REBECA GONZÁLEZ DE LEÓN

09 de enero de 2012 12:00 AM

El pasado jueves 5 de Enero me despierto con el escándalo mediático y la atención de medio país centrada en las peligrosas prótesis PIP, alertaban a las colombianas que se colocaron implantes mamarios del riesgo que corrían sus vidas si las llevaban en sus cuerpos.
De repente,  la gente en las redes sociales ya no hablaba de “tetas”, ahora corría en Twitter un panfleto escaneado, emitido por el grupo “Autodefensas Gaitanistas de Colombia”, donde lamentaban la muerte de uno de sus líderes, Juan de Dios Úsuga, quien murió en un enfrentamiento con un comando de la dirección de antinarcóticos, en el departamento del Chocó.  En retaliación por su muerte, el panfleto informaba a la comunidad que se decretaba “un paro armado”.  Las autodefensas ordenaron que durante  24 horas se “suspendieran” todo tipo de actividades: comercio, transporte, y hasta le advirtieron a los que trabajaban en la alcaldía y los entes de control, que no los querían ver “andando y haciendo alguna labor”.
Con el pasar de las horas se supo que la intimidación y las amenazas se extendieron a todos los lugares donde los “Urabeños “  tienen control. Varios municipios en Córdoba, Chocó, Antioquia, y en el Magdalena estaban paralizados, los transportadores no se atrevían a llegar. En Apartadó, por ejemplo,  los bancos sólo abrieron en la mañana. La zozobra era grande.
Juan de Dios Úsuga, primero fue guerrillero, luego paramilitar  y posteriormente heredó los negocios del narcotraficante “Don Mario”. Su muerte, que por poco pasa inadvertida, permitió que las autodefensas le restregaran en la cara al Estado Colombiano, que siguen existiendo, que cada día cobran más fuerza.
Los paramilitares hicieron nuestras vidas menos tranquilas, mancharon con sangre la historia del país, y este “paro armado” que ellos mismo decretaron, es un descaro.
Lo que se percibe es que nunca hubo una real desmovilización con los paramilitares, lo que sucedió fue una “trasmutación”. Se reagruparon en pequeños grupos, entraron en las ciudades, y otro sector considerable sigue en los montes, viviendo del narcotráfico y la delincuencia.
Sus jefes siguen mandando desde la cárcel, y eso es un secreto a voces que pocos se atreven a decir por temor a que los maten, o por mera complicidad.
Lo más triste es que seguirán sintiéndose imbatibles y seguirán creyéndose los dueños del país en la medida que algunos políticos (parapolíticos) los busquen para que los ayuden a ganar las elecciones. Mientras tengan gobernadores, alcaldes y congresistas  en el poder, más “legitimados” se sentirán dentro de la ilegalidad para seguir ejerciendo su terror.
Ahora se habla de “Urabeños”,  de “BACRIM”. Cambiaron de “razón social”, pero aquí siguen, nunca se han ido. El temor aumenta en la medida en que les sigan dando de baja a sus cabecillas, pues nos veremos expuestos a más “paros armados”. ¿Es acaso esta una historia que no tiene final?

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