Columna


Partidos

ÓSCAR COLLAZOS

08 de octubre de 2011 12:00 AM

ÓSCAR COLLAZOS

08 de octubre de 2011 12:00 AM

Se creyó, primero, que no habría democracia sin partidos políticos. Pero la creencia de que sólo dos podrían tener el monopolio del poder, adelgazó la democracia hasta estrangularla. La fórmula creada para introducir un poco de paz en las disputas bipartidistas que llevaban más de un siglo de violencias armadas y sectarismo doctrinario, fue limitada y excluyente.
Ahora, la respuesta al bipartidismo de un siglo y medio es un confuso mapa de ramificaciones de un tronco podrido. Los hijos bastardos que le salieron a conservadores y liberales son montoneras oportunistas, producto de disidencias o caudillismos provincianos.
El último negocio de la feria ha sido la repartición de avales. Los directores de los partidos (¿cuántos?) se dedican a repartir certificados de buena conducta desde el centro hacia las provincias. Lo último que les interesa es buscar la consistencia de un programa político o una propuesta de gobierno afín con lo que en un tiempo fue la doctrina de un partido.
Los avales se convirtieron en una sinvergüencería, algo así como la cuota inicial para adquirir un producto que después será subastado a pedacitos. A medida que se perfilan los posibles ganadores, las ofertas suben como sube el número de los aspirantes al gran negocio de gobernar con los amigos.
Basta no más ver la incongruencia entre uno y otro aval. ¿Qué tienen en común, por ejemplo, Antanas Mockus y Campo Elías Terán Dix? Nada, excepto el aval, que no es más que una formalidad. ¿Qué tienen en común Lucho Garzón y Álvaro Uribe, ahora de pipí cogido en la alianza peñalosista?
Las ¿coaliciones? acabaron siendo negociaciones a puertas cerradas, reparticiones de cuotas para feriarse la administración pública. Los políticos y los comerciantes, los industriales y los contratistas más inescrupulosos encontraron en este río revuelto la mejor manera de hacer negocios, aliándose con los políticos.
Hoy, los financistas buscan a los políticos que les servirán, no para construir un modelo de sociedad más productiva y justa sino para afianzar mejor el tamaño de sus negocios. Por un lado van los discursos y por el otro los pactos que se sellan para la gobernabilidad futura.
He tratado de saber por qué la mayoría de los jóvenes universitarios se muestran indiferentes a la política y al ejercicio ciudadano de elegir a sus gobernantes. No se trata de jóvenes decepcionados: nunca se hicieron ilusiones con la política. Se trata de jóvenes a los que la vida política nunca les ha parecido lo suficientemente atractiva, limpia y necesaria como para depositarle su confianza.
Lo que ha estado sucediendo en la mayor parte del país es repugnante: a los políticos no les ha interesado construir ciudadanía. Por el contrario, la han pervertido. Allí donde se ha empezado a crear ciudadanía, la política se ha vuelto un poco más digna.
No es esto lo que está sucediendo en Cartagena. En el miserable oficio de hacer política desde las microempresas electorales, han estado empeñados la mal llamada clase política y un número cada vez más grande de empresarios locales. Con estos ingredientes se está construyendo el futuro inmediato.

*Escritor

salypicante@gmail.com

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