Columna


Pensar fuera de la caja

NADIA CELIS SALGADO

21 de septiembre de 2011 12:00 AM

NADIA CELIS SALGADO

21 de septiembre de 2011 12:00 AM

Una de mis primeras lecciones como lingüista fue que la lengua crea y que lo que no se nombra no existe. El tiempo me sacaría de la trampa del verbo, inclinándome hacia lo que vivimos sin nombrarlo, pero aún me deslumbran los universos creados por palabras.
Viviendo en una cultura ajena, me topo con conceptos intraducibles. El inglés tiene palabras que nos faltan en el español, como “delusion”, una especie de delirio auto-inflingido; o “entitlement”, nombre de esa actitud tan gringa aunque no ajena a los hispanohablantes de “darse títulos” o, como diríamos en nuestra tierra, de creer que se lo merecen todo “por su linda cara”. Le faltan, sin embargo, palabras para el desorden, y se desconoce entre sus hablantes la ambigüedad ante el caos de expresiones como el “bololó” o la “guachafita”. Tampoco abunda la imaginación para el insulto; “fuck you” da para todo. Les sobran, en cambio, nombres para las variaciones de los colores, algunos tan bellos y curiosos como el “azul Alicia” o el “verde androide”.
Una de mis expresiones favoritas es “to fall in love with”, enamorarse o “caer en el amor con” alguien. El vértigo ante la caída sugiere la dificultad de abandonarse al sentimiento para seres tan racionales como los anglosajones, si bien se proyecta el amor como un salto acompañado, no ese lanzamiento al vacío implícito en nuestra insana costumbre de enamorarnos “de” los otros.
“Thinking outside of the box”, pensar fuera de la caja o del marco, supone darle a una situación un giro creativo o una respuesta inusual, expandir las fronteras del pensamiento. Pero la sociedad estadounidense es como las cajas chinas: siempre hay una caja más grande conteniendo la anterior, y al más allá de los marcos sucesivos, viajan solo los parias. Soñador (“dreamer”) puede ser cualquiera que tenga un proyecto por realizar y un “idealista” es más bien un iluso, digno de compasión o burla. Tampoco existen los dormilones, inconcebibles en una cultura de “workaholics” (adictos al trabajo), donde se vive en función de la próxima fecha límite, “deadline”, literalmente la “línea de muerte”.
La caja mayor, aún para algunas inteligencias deslumbrantes es su pragmatismo absoluto, la existencia exclusiva del mundo como está, con sus reglas arraigadas más allá del raciocinio, con sus límites de cifras. A falta de nuestro sobrevalorado destino, el mercado como gran mito; a falta de pálpitos y presagios, predicciones económicas.
Así, ante el tema del momento—la crisis estadounidense y la europea, se les oye devanarse los sesos en busca de explicaciones y soluciones al desmadre de deudas externas, bolsas caídas y rasgaduras en el sistema, sin asomarse, de lejos, al cuestionamiento del sistema mismo, de su sostenibilidad, de su precio para la humanidad.
Cada vez es más difícil imaginar, sin duda, la vida sin aviones ni agua embotellada, aún para los que venimos de mundos en los que esas cosas existen pero son, para tantos, inaccesibles. Difícil imaginar, a fuerza de invadirlo y negarlo un universo en el que la felicidad no se compre y guarde en la nevera para su consumo imperecedero. Pero el mundo-mercado se está cayendo a pedazos, y va siendo hora de recuperar, descubrir o inventarnos, lo que nos espera más allá de su marco.

*Profesora e investigadora

nadia.celis@gmail.com

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