Arrepentirse ha sido más fácil que obrar correctamente. El perdón consagró la esperanza, la posibilidad de reconquistar la tranquilidad de espíritu. Los hombres hemos necesitado del perdón para recuperar la estabilidad cotidiana. El cuento se complica cuando algunos no quieren perdón, ni se arrepienten.
El concepto pueril y mágico del perdón para restañar pequeñas ofensas, llega hasta la absurda aspiración de abolir el pasado. Desde la infancia buscamos el perdón. Nos amparamos en él y sabemos que es táctica de emergencia, no muy digna, pero eficaz. Es posible que nos haya deformado el excesivo uso de este recurso.
También hay quienes creen haber actuado bien todo el tiempo. Esos que se creen perfectos, que siempre sacan 5 en conducta. Nunca han metido la pata, o, algo peor, les tiene sin cuidado lo que sienten los demás. El Catecismo recomendaba pedir perdón sin dar explicaciones, apenas algo de contrición y enmienda.
Las mujeres establecen una sutil diferencia entre perdón y olvido. Nos disparan una enigmática sentencia: “yo perdono, pero no olvido”. Resulta algo inextricable y confusa. Desconcertante pero es hábil y estratégica.
Sabemos que toda autoridad, aún la más democrática, es una forma de opresión, un inolvidable imperativo. La calidad de la sanción proclama la definición del Estado.
Es bueno destacar la grandeza del perdón, pero hay otro que no la tiene. El que es producto del cálculo, o del cinismo. Cuando se usa para lograr un beneficio personal, o porque no se puede sancionar con eficacia, termina en una absolución o indulto que muchos consideran burla, impunidad.
Aquello de ojo por ojo y diente por diente tiene una crecida fanaticada. La venganza es un sentimiento primitivo explicable en la condición humana. Castigar ha sido ruta muy transitada, pero perdonar poco ha servido porque todos descendemos de Caín.
Ahora se discute una negociación que intenta perdón y olvido. Algunos creen bueno perdonar guerrilleros pero no a paracos, ambos sucios de sangre y cocaína, de secuestro y extorsión.
Con una cucharada de perdón está todo resuelto así se deterioren principios y normas. Se atenta contra la justicia en su esencia, se perturba el aparato social en su equilibrio.
Perdonar no es bueno ni malo. Cuánta repugnancia produce perdonar a quienes asesinaron los abuelos, cuando ahora se intenta preservar a los nietos. Análisis todos los que quieran, pero tenemos largas décadas de estar padeciendo. Ensayemos el perdón. Porque lo otro sería incrementar operativos represores. Tal vez lo sensato es combinar un poco de lo uno y de lo otro.
Pero parece que en este “especialísimo” proceso no hay nada que perdonar. No hay arrepentimiento, porque nada ha sucedido. Nunca han traficado drogas. No hay secuestrados. No existen los crímenes de lesa humanidad, que por el tratado de Roma juzgarían altos tribunales, dizque solo son embelecos de unos quejosos. ¿Cuáles delitos, si son inocentes de todo? Vamos a tener que pedirles perdón. ¿Será que nos lo conceden? .
En un lado de la mesa unos negociadores acuciosos se desviven por perdonar, mientras la posición de los “otros” es de regañones perdonavidas. Eso le pasa al que se regala mucho. ¡Cuánta vaina!
* Abogado, Ex Gobernador de Bolívar y exparlamentario.
augustobeltran@yahoo.com
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