Columna


Persona, familia y sociedad

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

04 de septiembre de 2011 12:00 AM

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

04 de septiembre de 2011 12:00 AM

Las realidades de nuestro mundo se construyen de adentro hacia afuera. Se inician en nuestro corazón, mente, ser, luego se reflejan en la vida de familia y las familias edifican la sociedad.
El esfuerzo inicial parte de adentro. Siempre podemos afinar el deseo de ser mejores, de hacer cosas más significativas e influir con ellas en la vida de los demás. Desafortunadamente, muchas veces creemos que tenemos que transformar a los demás y nos olvidamos de que el verdadero reto se inicia con transformarnos a nosotros mismos.
Cuando estamos en revisión personal permanente, somos más conscientes de nuestras debilidades y fortalezas, y al tiempo nos hacemos más perceptivos. Cuando no nos revisamos a nosotros mismos, miramos a los demás con ojo crítico pensando que nuestros problemas son ocasionados por los otros y nos empeñamos en que los demás cambien, en vez de hacerlo nosotros mismos.
Aunque hay una verdadera interdependencia entre todos (lo que cada uno hace o deja de hacer afecta necesariamente a sí mismo y a los demás), el proceso de cambio empieza en nosotros mismos. Si nos revisamos a nosotros primero, podríamos tener una actitud más apropiada para corregir o aconsejar a los demás y más apertura para dejarnos corregir por los otros.
Las lecturas de hoy nos invitan a corregir apropiadamente a los demás, partiendo del amor. Cuando detectamos que alguien actúa contra las leyes de Dios, es necesario hacerle caer en cuenta del pecado que comete, con la plena consciencia de que estas leyes son la fuente de la felicidad, prosperidad, justicia y paz. En la vida de familia se podría consolidar este proceso porque allí nos desenvolvemos con mayor espontaneidad y podemos servirnos unos a otros, de espejos. Cuando la familia no cumple apropiadamente su papel, la sociedad presenta mayores problemas.
El libro de Ezequiel* nos transmite que somos responsables de la omisión en la que incurrimos cuando no le hacemos ver un mal comportamiento a alguien. En el evangelio*, Jesús nos dice que primero hagamos la corrección en privado; si la persona no se corrige, busquemos algunos testigos próximos y si aún así continúa actuando mal, debemos denunciarlo ante la comunidad. 
Jesús también nos invita a la oración como medio para estar entre nosotros, ayudándonos en nuestros propósitos y metas: “Si dos de vosotros se ponen de acuerdo para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque cuando dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”*. Unirnos en grupos de oración, orar en familia o en la Iglesia, ayuda a la corrección fraterna y a que cada uno se mire a sí mismo con mayor apertura para corregir todo lo que le impida amar verdaderamente como Dios quiere. San Pablo nos recuerda que “quien ama a su prójimo no le hace daño, por eso amar es cumplir la ley entera”*.
Apoyémonos unos a otros en nuestra tarea de corregirnos mutuamente con amor para que seamos mejores personas que actuemos de acuerdo a las leyes de Dios y así construyamos mejores familias y una mejor sociedad.
*Ez 33, 7-9; Rm 13, 8 – 10; Mt 18, 15-20.

*Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.

judithdepaniza@yahoo.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS