Columna


Petro, el humanista

LUIS EDUARDO PATERNINA AMAYA

18 de enero de 2012 12:00 AM

LUIS EDUARDO PATERNINA AMAYA

18 de enero de 2012 12:00 AM

No es fácil creerle a un exguerrillero su intención de no volver a las armas, cuando éstas representan para los sublevados la fuerza por la que imponen sus ideas para llegar al poder, convencidos de que, de otra forma, no podrían hacerlo, quitándole, de paso, al Estado el monopolio de producción y uso en la defensa de las instituciones y el orden. Cuando Petro y Navarro cambiaron la dureza de sus métodos por la palabra, pólvora por democracia, intimidación por persuasión, monte por ciudad, camuflado por plazas públicas y la rígida doctrina, por la libertad de pensamiento, fueron más las dudas que el convencimiento por creer en los futuros demócratas que dejaron atrás la violencia. Su experimento parecía más un suicidio político que una alternativa con posibilidades de triunfo. Por un lado, encontraron en quienes continúan usando las armas, con toda su carga destructiva, los primeros enemigos por no compartir la trascendental decisión de acudir al pueblo buscando su apoyo para gobernarlo en la democracia y no por la confrontación guerrerista. Por ese camino fueron elegidos a la Constituyente del 91, a la alcaldía y gobernación de Pasto y Nariño y, ahora, al segundo cargo más importante del país. Desde esta posición sorprende Petro con una propuesta que ya anunció poner en práctica a partir del 1º de febrero, cuando ningún civil en Bogotá debe portar armas de fuego ni cortopunzantes en lugares públicos. Por el otro, quienes desde los distintos escenarios de la sociedad los mirábamos con desconfianza y pesimismo.
A partir de aquella fecha en que el exguerrillero decide abandonar los procedimientos violentos para imponer sus ideas y acceder al poder, hasta nuestros días, ha sido consecuente con la sabia decisión. Cuatro veces fue elegido al Parlamento donde su única arma fue el verbo y su única trinchera los libros que le sirvieron de plataforma para fundamentar argumentos contra un estado de cosas que jamás, desde la oscura y húmeda selva, hubiera podido combatir con el fogonazo del fusil que, cuando se dispara sin identificar el objetivo, no distingue quién es el enemigo a derrotar o cuál el conglomerado a proteger.
El Petro del presente nos está demostrando que desde entonces fue honesto y perseverante con su decisión de abandonar las armas hasta llegar a sorprendernos con la prohibición de portarlas en Bogotá. Su vida ha sido una constante evolución hacia el humanismo. La violencia no le interesa. El hombre es su objetivo y no una presa. La familia y la niñez cobran para él toda la importancia que nos enseñaron desde las primeras lecciones en la escuela. Antonella, su pequeña hija, es la representación de este predicado. Garzón habló de la Bogotá sin hambre y ahora el ilustre caribeño de la alcaldía, del amor. Pero Petro es la realidad que niega la violencia y abre su corazón al poder del amor.
Cuántos desearíamos tener esa férrea voluntad, impermeable ante el huracán de la corrupción y ajeno a las sempiternas adulaciones, infaltables en los frontispicios de los palacios. No perdamos de vista su administración porque puede convertirse en el factor que persuada a todos los violentos para que este país, por fin, inicie su transitar hacia el escenario donde todos toquemos, respiremos y vivamos la paz.

noctambula2@hotmail.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS