Columna


Populismos y clientelismos

ÓSCAR COLLAZOS

04 de junio de 2011 12:00 AM

ÓSCAR COLLAZOS

04 de junio de 2011 12:00 AM

El descrédito de los partidos políticos tradicionales; la separación cada vez más profunda entre la clase dirigente de un país y “el pueblo” que esos partidos invocan y dicen defender; la pobreza y marginalidad de grandes sectores de la población, indiferentes a la democracia; el fracaso de las élites sociales y económicas en la gestión justa y honrada de los asuntos públicos, todo esto hace posible el surgimiento del líder populista.
El populismo es el más efectista de los recursos para convencer a mucha gente de que una sola persona siente y vive en carne propia los problemas de las mayorías. El populista siempre está recordando la humildad de su origen, pero, con frecuencia, es un camaleón que simula la pobreza que ya no sufre, la sinceridad que no practica y la humildad que no ha tenido.
El populismo es políticamente más eficaz cuando lo practica un líder carismático. Desde el momento en que se propone conquistar el voto y la simpatía del pueblo que debe acompañarlo en la conquista del poder, el populista se presenta como quien mejor comprende sus necesidades, como el único que tiene en las manos las soluciones al drama colectivo. Quienes lo cuestionan, son sus “enemigos” de clase y hay que lanzarles la jauría. Como en el fútbol, el populista no busca la reflexión de sus seguidores sino la pasión encendida de sus barras bravas.
No creo que todos los líderes populistas mientan. Creo que ofrecen más de lo que pueden dar. En los mejores casos, piensan con el deseo. No es que sufran delirios de grandeza: buscan ejemplos históricos que puedan volverlos ejemplares ante sus seguidores, ejemplos de grandes hombres marcados por la bondad, la generosidad y el sacrificio.
Esta clase de líderes son despreciados y usados por “los de arriba.” Les temen, porque a veces triunfan. Pero el hecho de ser despreciados por los de arriba no es garantía de nada, porque la justicia social se consigue dándole soluciones razonables a los problemas de una sociedad. Casi siempre, el populista engorda la burocracia y dilapida para complacer la impaciencia de aquellos a quienes prometió el paraíso. Se vuelve clientelista.
Los populistas son encantadores de serpientes: cantan melodiosas promesas que no podrán cumplir. Como los profesionales de la política, el populista tampoco se fija en la moral de los medios. Si el pueblo no le da la plata necesaria, trata entonces que se la den los ricos, porque también hay ricos que se benefician con el populismo.
Hay populistas que vienen de abajo y populistas que vienen de arriba. Hay populistas forjados en el ejercicio de la política, más pragmáticos y acaso socialmente más peligrosos que los forjados en otras disciplinas. Los clientelistas conocen las fortalezas y debilidades del mercado político: quién vende, cuánto vale, qué pide.
Déjenme ser pesimista, a título personal, que es mi único título de periodista hace 40 años: desconfío del populismo pero desconfío también de quienes, desde arriba, buscan el triunfo aliándose con quienes han sido culpables de la derrota social y moral de esta ciudad.

*Escritor y periodista

 

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