Columna


Por la calle del Porvenir (2)

JORGE ENRIQUE RUMIÉ

25 de febrero de 2011 12:00 AM

JORGE RUMIÉ

25 de febrero de 2011 12:00 AM

Decía en mi columna anterior que la inversión privada en Cartagena viene con un dinamismo impresionante, sin antecedentes en la historia económica de la ciudad. Hay un frenesí de capitales (nacionales e internacionales) incursionando en todos los sectores de la economía, como el comercial, industrial, turístico, logístico e inmobiliario.
Sin embargo, también debemos reconocer que nuestro problema de pobreza es tan dramático, que estamos en la obligación de encontrar estrategias para que la misma inversión privada que estamos citando, más la pública que hace la Alcaldía, pueda impactar aceleradamente en la población más necesitada y de paso ser más incluyente. Y ahí es donde pienso que estamos fallando: la ciudad tiene demasiadas necesidades, demasiados frentes de trabajo como para pensar que la administración pública local puede acogerlos eficazmente. No hay horas de trabajo humanamente posibles para que un alcalde –llámelo como usted quiera– con su equipo de secretarios, pueda atender la inmensidad de problemas sociales que hoy enfrentamos, incluyendo la realidad presupuestal disponible.
Una solución lógica al problema sería que lo público se beneficie de la capacidad de trabajo del sector privado, y aprovechar los recursos de éste para destrabar la enorme cantidad de proyectos que hoy están inmovilizados por falta de dinero, como en los municipios exitosos.
Un ejemplo valioso es la ciudad de Santiago de Chile. Desde hace años comprendieron que el costo de oportunidad presupuestal que tenían para acometer la construcción de la red de autopistas requeridas, sería demasiado alto versus otras necesidades sociales más apremiantes. Y sin enredarse armaron varios proyectos de concesión vial, mediante licitaciones internacionales, que permitió construir una variedad de carreteras que hoy envidiaría cualquier otro país desarrollado.
Caso similar hicieron con sus parques. Cuando sumaron los dineros que gastaban anualmente en su mantenimiento, decidieron entregarlos por concesión a los particulares, para que usaran un porcentaje bajo del predio, con la obligación de mantener el resto para el disfrute público. Así de sencillo. Sin misterios.
Es por ello que en mi columna anterior comentaba la necesidad de ver a Cartagena con ojos de abundancia y no de escasez. De tal manera que podamos explotar los activos que hoy permanecen improductivos o de sacarle dinero a aquellos que hoy solo generan gastos. Porque al final, lo que estamos recibiendo en impuestos lo podremos usar holgadamente en aquellas inversiones sociales donde su impacto es contundente, como la salud, educación, vivienda popular y saneamiento básico.
La verdad, sueño con un alcalde que tenga la grandeza histórica de poder armar una Junta de Ciudad donde los empresarios y profesionales más verracos puedan contribuir (obviamente ad honorem) en la construcción de una ciudad más próspera para todos. Y demostrarnos, con ingenio Caribe y visión empresarial, lo mucho que podríamos hacer con los parques, Bazurto, canales y lagos, marinas, parqueaderos, playas, vías, y tantas cosas más, y que hoy son monumentos al lucro cesante.
Al final, estimado lector, así es el progreso: como el arte de ver la abundancia donde otros ven la escasez.

*M.A. Economía, Empresario

jorgerumie@gmail.com

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