Columna


Probablemente, es mejor callar

RODOLFO DE LA VEGA

02 de octubre de 2010 12:00 AM

RODOLFO DE LA VEGA

02 de octubre de 2010 12:00 AM

Debo confesar que todos los viernes busco afanosamente la columna de Claudia Ayola Escallón. Probablemente sea para cerciorarme de si en mis años mozos tuve oportunidad de experimentar las opciones que ella nos presenta científicamente. En todo caso, me divierto e ilustro con sus relatos. El viernes 10 de septiembre apareció “Ruidos sexuales”. El tema tratado necesariamente rescató de mi memoria algunas anécdotas. Un grupo de amigos se reunía casi todas las tardes en el viejo “Café Moka” para hablar de generalidades. Allí, al calor de un tinto o de un vaso de cerveza, contaban sus experiencias del día. Tulio, uno de los miembros del grupo sólo tomaba tinto o algún jugo de fruta. Su pasión eran las mujeres. Aunque ya había pasado los setenta, aseguraba tener deliciosas experiencias con mujeres jóvenes y bellas. Cualquier día Tomás, uno de los contertulios, puso en duda su relato, por lo que Tulio, a su próxima cita amorosa, acudió con una grabadora. Al iniciar la sesión amatoria echó a andar el aparato, donde quedaron las palabras o los ruidos que se produjeron. Al próximo encuentro en el “Café Moka” llevó la grabadora. Cuando el grupo estuvo completo, la encendió y todos pudieron escuchar murmullos, voces entrecortadas, pujidos, apremios, suspiros y hasta quejidos. Nuevamente Tomás fue el escéptico, quien comentó: Sí. Estamos oyendo ruidos, quejidos, suspiros y algunas palabras cortas, todas provenientes de una garganta femenina. Pero, mientras tanto, ¿tú qué? Tulio respondió: “mientras tanto, yo, ¡como un riel!”. Terció Alberto para anotar: “Como un riel; ¿por lo duro, o por lo frío?” En mi libro “20 cuentos de Cartagena y el Caribe” incluí un capítulo titulado “Sin fuerzas”. Recordaba allí a una vendedora de dulces que recorría las calles del Centro con su tártara llena de maría luisas, cubanos, piononos, cocadas, alfajores, pudincitos, merengues, caballitos, bolas de ajonjolí, bolas de tamarindo, bizcochos borrachos, conservitas de leche, de guayaba y de plátano, panderos, paragüitas y arrancamuelas. Según familiares y amigos muy allegados, la vendedora de golosinas se llamaba María Mercedes, pero inexplicablemente, su clientela le decía Casimira. Ya fuera como María Mercedes o como Casimira, la buena mujer respondía con buenas maneras y ofrecía con entusiasmo su agradable mercancía. Un mal día para Casimira, un mozalbete de San Diego la llamó “Sin fuerza”. Eso transformó su vida. La mujer amable y atenta, si los muchachos del barrio le gritaban “sin fuerza”, perdía su compostura habitual y lanzaba los insultos más atroces. A mí me llamó la atención que ese mote exacerbara a tal extremo a Casimira. Indagué al respecto y me informaron que la vendedora no tenía marido fijo, pero que a veces encontraba quien le calentara el oído y ella, gustosa, aceptaba tener un retozón sin compromiso. Por infidencias de sus amantes ocasionales se supo que Casimira, en el éxtasis del retozón, se volvía parlanchina. En la avalancha de palabras que susurraba al oído del machucante, dejaba deslizar suavemente: “no tengo fuerza, no tengo fuerza”. De ahí provino el apodo y por eso su indignación. La irritaba que sus amantes transitorios divulgaran sus secretos de alcoba. *Asesor Portuario fhurtado@sprc.com.co

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