Columna


Prueba de Amor

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

29 de mayo de 2011 12:00 AM

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

29 de mayo de 2011 12:00 AM

Jesucristo nos ofreció la prueba de amor más grande: Se dio al servicio de la humanidad para que disfrutáramos de su gloria junto a Él. Hizo el bien, curando a los enfermos, sanando a los atormentados por el mal, enseñando y guiando. Entregó su vida para que luego de la resurrección, nosotros pudiéramos resucitar con Él. Dejó su Espíritu para que nos acompañe durante nuestra vida, hasta el final de los tiempos. “Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”.*
La Iglesia sigue viva, formando discípulos y misioneros que actúan con la certeza de que, con Cristo a la cabeza, enfrentarán las dificultades y conquistarán más almas para Dios a través de la actuación del Espíritu Santo en los corazones que buscan la verdad y la vida. En todos los tiempos los verdaderos discípulos continuaron su obra, haciendo el bien y actualizando su presencia en el mundo. Hoy leemos: “El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía y los estaban viendo…;” “Pedro y Juan oraron por los fieles, les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo”*. 
Dios nos pide también prueba de nuestro amor: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Entonces sabréis que yo estoy con el Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros”. Dios desea que estemos en comunión con Él para compartir su plenitud y nos enseña que el medio es obedecer los mandamientos, no por obligación, sino por comunión de amor. Es como cuando unos buenos padres son obedecidos por sus hijos porque les aman y comprenden que las normas son para su propio bien.
Los mandamientos tienen vigencia desde principios de la humanidad, porque están escritos en el alma, en nuestra conciencia. Dios se los revela a Moisés y adquirieron su plenitud en Cristo Jesús, quien los hizo vida para ser nuestro camino hacia el Padre.
Los sacramentos siguen sanando las heridas en el alma cuando actuamos en contra del  amor a Dios. Nos nutren y nos ponen en comunión con Él, para que recibamos vida y renovación. Hay signos visibles de que Jesucristo está resucitado y vivo, actuando en el mundo, liberando de la opresión y esclavitud del pecado, sanando enfermos y renovando a quienes lo reciben.
En las noticias vemos diariamente los peores frutos cuando la vida no se rige por los mandamientos: muerte, destrucción, robos, dolor, lujuria, vicios, enfermedades del cuerpo y del alma, pérdidas de la libertad. Por el contrario, cuando las personas y las comunidades se dejan conducir por Dios, siguen sus mandamientos y se mantienen en comunión con Él, los frutos son regeneración, vitalidad, salud en el alma, solidaridad, trabajo honesto, entusiasmo, armonía, valores, libertad y plenitud.
Dios nos da permanentemente pruebas de su amor, viene a nuestro corazón, cura nuestras heridas, nos reconforta, nos da fortaleza, si caemos nos alienta a levantarnos y a continuar, repara nuestras fuerzas, nos ayuda a caminar por el camino recto. Solo en comunión con Él conquistaremos las cumbres más altas de desarrollo, paz, justicia, amor y felicidad. 
Jn14, 15-21; 1 P 3, 15=18; Hch 8, 5-8, 14-17

*Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.

judithdepaniza@yahoo.com

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